El rey demérito ha podido zafarse de todas y cada una de las causas legales que tenía pendientes con la justicia española a través de tres mecanismos: la prescripción de los delitos, las regularizaciones fiscales y el manto de inviolabilidad que (en sustitución del tradicional manto de armiño, ya obsoleto) cubría a su real persona (a pesar de que todos los españoles somos iguales ante la ley, curioso).
Este mismo señor (sin que el común de los mortales sepa muy bien la razón, pues, como ya he dicho, no hay ningún proceso judicial que gravite sobre su regia testa) se encuentra actualmente viviendo en un país árabe nada respetuoso con los derechos humanos (ojo, que no se confunda nadie, se trata de un eufemismo: quiero decir que incumple sistemáticamente los derechos humanos más básicos).
Según leo en el diario Público (y no me consta que nadie se haya querellado contra el periódico, ni que le haya desmentido siquiera), uno de sus principales amigos en los Emiratos es un traficante de armas que debe a las arcas públicas españolas casi 15 millones de euros.
Pedro Sanchez, actual inquilino de la Moncloa, después de indultar a los organizadores de la revuelta ocurrida en Cataluña en 2017 (a buena parte de ellos, no a todos: algunos se fugaron introduciéndose en un maletero, o por otras vías), después de eliminar el delito de sedición del Código Penal para no molestar a sus socios separatistas, después de reducir considerablemente las penas por malversación de fondos por idéntico motivo, no contento con todo ello, ahora se halla inmerso en la afanosa labor de demostrar, a todos los que quieran verlo, que eso de la separación de poderes es una entelequia, un engaño, una filfa.
Con el único propósito de conseguir los siete votos que necesita para gobernar, se desdice de todo lo anteriormente dicho en relación con la constitucionalidad de una posible Ley de Amnistía, y, a más a más (en un triple salto mortal), intenta que dicha amnistía incluya absolutamente a todos los independentistas habidos y por haber (incluidos los CDR encausados por terrorismo, y aquellos otros que contactaron con los intermediarios de Putin).
Pues bien (y aquí es donde yo quería venir a parar), ni los desmanes del rey demérito, ni los del presidente demérito, han hecho cambiar ni un ápice mi consideración sobre la monarquía o sobre la socialdemocracia.
Si en vez de comportarse de la forma que lo han hecho, estos dos señores hubieran sido unas bellísimas personas, unos políticos ejemplares, mi consideración sobre ellos sería exactamente la misma. Sin embargo, en este país (otrora llamado España) parece que las críticas a una determinada institución, la que sea, están excesivamente condicionadas por la opinión que tengamos sobre la persona que provisionalmente la ocupa.
En resumidas cuentas, la monarquía me parece una institución obsoleta, completamente anacrónica, se ponga la corona quien se la ponga, se la encasquete el rey campechano o el rey actual, y la política económica socialdemócrata me parece la mejor para redistribuir la riqueza y disminuir las desigualdades, sea quien sea el gobierno que la lleve a cabo.
Sin embargo, esto último no quita ni pone nada en relación con la opinión que a uno le pueda merecer otro tipo de políticas (distintas de la económica, no sólo de pan vive el hombre) llevadas a cabo por el gobernante socialdemócrata de turno. Verbigracia, al que esto escribe le parece que las políticas de concesión de privilegios a cambio de votos, en que se haya actualmente embarcado el gobierno español, sólo pueden calificarse como interesadas, demenciales y probablemente ilegales.