A la parodia en que se ha convertido España hemos de sumar un nuevo hito, la dimisión en diferido. En política, uno dimite o sigue adelante, pero la factoría socialista no ceja en sorprendernos con los conceptos de su neolengua. Durante cinco días, la nación acompañará a su presidente, no de forma voluntaria, en la reflexión sobre cuál será la senda que recorra. Con la carta que emocionó a Spielberg, el señor Sánchez nos ha deleitado con una prosa propia de After antes de su salto a la gran pantalla, una declaración de amor incondicional a la que es su esposa, Begoña Gómez, alias Bego Fundraiser y su repulsa a lo que ha definido como ‘galaxia digital ultraderechista’—el término fachosfera resultaba más atractivo, siento decírselo—.
Los integrantes del equipo de opinión sincronizada hoy visten de luto, y cual plañideras lloran, arrancan los mechones de su cabello e imploran a su líder que no les abandone, que no les deje a merced de la ultraturboderecha. El fascismo recorre las calles de España, “¡No pasarán!”, espetaba Patxi López en X, otrora Twitter, mientras degusta suntuosamente ostras en el Ramsés, y nuevamente se cierne el velo kirchnerista en una competición por ver quién ha sido el más agraviado, perseguido y fusilado judicialmente por el lawfare. Asimismo, en la eterna pasión de la clase política por hacer un alarde de intelectualidad, en la misiva el presunto presidente ha hecho referencia a la maquinaria del fango de Umberto Eco. Hablemos de fango, pues.
Continúa la genuflexión al líder impertérrito de la izquierda española, como no podía ser de otra forma, su propio partido, cuya timidez impide aún hablar de lawfare con la contundencia del gran Óscar Puente, pero sí señala las líneas rojas. Sí, el PSOE y líneas rojas en una misma oración, no es un chascarrillo. Ahora, las familias no deben entrar en la escena política. Me pregunto, entonces, por qué se hicieron eco de un bulo sobre Eva Cárdenas, esposa del líder de la oposición; me pregunto, entonces, por qué la federación madrileña del PSOE se ha personado en la causa contra el novio de la presidenta Díaz Ayuso y por qué continúa nombrando a su hermano, que está libre de toda acusación, por lo menos en el plano legal. Y no podía faltar, evidentemente, la exhaustiva retahíla de tuits de los diputados de ‘la PSOE’ en apoyo al que les aseguró el escaño. Víctor Gutiérrez, otrora deportista y hoy parlamentario cuyas pelotas—de Waterpolo— han oscilado entre naranjas y rojos, apremiaba a todo aquel que se haga llamar demócrata a cerrar filas en torno al señor Sánchez ¿Media España está contra la democracia, Víctor?
A este esperpento no ha dudado en sumarse el marquesado de Galapagar. Pablo Iglesias, en su habitual tono de clérigo en pleno milenarismo se lamentaba recordándonos el infierno que él y su familia vivieron cuando las hordas fascistas se aglomeraron en su lar, los llantos desconsolados que la señora Montero hizo sobre el hombro de su marido. Empero, jamás olvidaremos cuando el señor Iglesias dijo en televisión eso de que el hijo de un político no vale más que el de cualquier otra persona, para quitar peso al acoso que se cernió en los años de la indignación frente a las casas de cargos públicos—está disponible en YouTube aquel siniestro discurso—. Contra los fascistas, jarabe democrático; contra sus allegados, acoso execrable. Los hijos de Iglesias y Montero jamás debieron ver comprometida la integridad de su hogar, lástima que su padre no considerase lo mismo respecto al hijo de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, o que premiase a una de las participantes del escrache a una embarazada Begoña Villacís con el primer puesto en la lista a la Asamblea de Madrid. Pablo, retocando ligeramente una cita suya: cuando hablemos de acoso, usted se calla.
Acerca de la apertura de diligencias contra Begoña Gómez, motivo del circo presidencial que posiblemente en nada quede a sabiendas del poco aseado historial de Manos Limpias, les formulo una pregunta: ¿merece la pena este espectáculo por la mera supervivencia del gobierno? Haciendo honor a nuestro adorado presidente, “sinceramente, no lo sé”. Por cada ‘Pedro el sepulturero’ he escuchado un ‘asesina de 7.291 ancianos’; por cada ‘Begoño’, ‘Almeida carapolla’; por cada mención al hermano de Sánchez, el señalamiento a civiles por parte de nada menos que la ministra de Hacienda; por cada piñata en Ferraz, un ‘Ayuso, fascista, estás en nuestra lista’; por cada acusación de lawfare, sentencias absolutorias a miembros de otras formaciones calificadas de amaño. Señorías del bando antifascista—nótese la ironía—, señor presidente, pongamos las cartas sobre la mesa, ¿hablamos de fango?