El padrino rojo

"El futuro, como podemos comprobar, no está escrito, lo que iba una operación con pulso de cirujano resultó en un baño de sangre con el propio Ábalos de matarife".

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Contra el inicial pronóstico del equipo de opinión sincronizada, Ábalos no está muerto. Es más, se convierte ahora en una pieza que complica más aún la aritmética parlamentaria de la entente gubernamental, pues se une a los cuatro de Podemos en la sangría de diputados que lleva viviendo desde noviembre.

A bordo de un Peugeot allá por 2017, el ahora díscolo José Luis se encaminaba a la gran gesta que le haría ocupar uno de los ministerios más cotizados, la segunda entronización de Sánchez. Junto al célebre Koldo García y Santos Cerdán, formaría parte de ese primigenio círculo de confianza que meses después urdió la moción de censura contra el presidente Rajoy. Tuvo el honor de enarbolar el voto afirmativo de su partido a la investidura de su amigo, con un discurso en aras de la transparencia, la honra, la lucha contra la corrupción. Tras esto, el padrino rojo fue debidamente recompensado por su labor, en la protocolaria estancia de Zarzuela juró el cargo como ministro de Fomento.

Llegados a 2020, las polémicas de Ábalos bombardearon al Ejecutivo, sea el Delcygate, Plus Ultra, alguna pregunta parlamentaria que ya entonces mentaba a Koldo, exuberantes féminas que solían acompañarle y un largo etcétera que, en poco más de un año, se tradujo en un entonces inexplicable cese fulminante. Exhalaba la última calada de su cigarro y lo aplastaba con cierto estupor en el cenicero, mientras trataba de comprender la situación: el hombre que retoza en el Palacio de la Moncloa gracias a él le había desechado como a un ministro de saldo, ¡qué deshonor! No se esforzó demasiado en ocultar su perplejidad en los platós de La Sexta y Cuatro, no podía permitirse un fontanero de tal calibre desaparecer de la vida pública como un simple parlamentario.

Independientemente de las razones que llevaron al caudillo monclovita a prescindir de sus servicios, que hoy parecen ver la luz, el padrino José Luis nuevamente fue en las listas de las generales de julio en compañía de otros defenestrados, como la señora Calvo, hoy presidenta del Consejo de Estado. Con la confianza de los valencianos, nuevamente recogió su acta, a sabiendas de que su papel ahora iba a ser secundario, probablemente encaminado al segundo cementerio de elefantes de la política española, el Europarlamento. No obstante, ignoraba que el destino que estaban tejiendo para su persona sus compañeros no era otro que el ostracismo tras el estallido de la Operación Delorme.

El futuro, como podemos comprobar, no está escrito, lo que iba una operación con pulso de cirujano resultó en un baño de sangre con el propio Ábalos de matarife. Ahora, lo único que podemos pedirle al socialista renegado es que tire de la manta. Sus compañeros le han traicionado, son muchos los que han querido evitar una merma de sus nóminas sirviéndose de su máximo valedor como cabeza de turco.

La típica extrapolación capitalista haría ver a un partido como poco más que una empresa que busca su cuota de mercado y, una vez consolidada, ampliarla. Todo lo contrario, resulta la agrupación de clanes aristocráticos unidos por lazos de fidelidad. En un argot más popular, clanes, mafias. Entiéndase esta denominación sin un sentido peyorativo, más bien romantizado, un despechado Ábalos que ve cómo sus ahijados políticos, quienes le deben sus actas de diputados giran la cabeza a su paso. Uno lo imagina encerrado en su despacho, con un carné rojo sobresaliendo del bolsillo de la chaqueta y, ante la mirada gacha de Cerdán, cual Vito Corleone espetando: “Santos, Santos… ¿qué he hecho para que me tratéis con tan poco respeto?”

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