En las últimas semanas, el rugido de los tractores ha resonado en las calles y carreteras de España. Un clamor que expresa la profunda desolación de un sector que se siente acorralado, ninguneado y abocado a la extinción. Las tractoradas son un grito de auxilio, una llamada desesperada a la cordura ante la imposición de una agenda, la Agenda 2030, que se presenta como la panacea verde pero que, en realidad, esconde un plan perverso para desmantelar el sector agrario español.
Basta ya de eufemismos y cortinas de humo. La Agenda 2030 no es más que una estrategia de márketing político, un envoltorio verde para una agenda neoliberal que busca convertirnos en meros consumidores dependientes de las grandes corporaciones y las élites globalistas.
Las medidas que se están dictando desde Bruselas, disfrazadas de ecologismo, son un ataque frontal a la agricultura. Reducir la cabaña ganadera, limitar el uso de fertilizantes y fitosanitarios, o expropiar tierras para convertirlas en bosques artificiales, no solo son medidas ineficaces para combatir el cambio climático, sino que supondrán la ruina definitiva del campo español.
La Agenda 2030, en su actual forma, no solo es inviable, sino que además es profundamente injusta. Se criminaliza a un sector que ya de por sí se encuentra en una situación crítica, mientras se ignora el impacto ambiental de otras actividades, como la industria o el transporte.
El texto de los ODS habla de “duplicar los ingresos de los productores de alimentos en pequeña escala”. Un objetivo que, sin medidas concretas para garantizar un acceso equitativo a la tierra, recursos financieros y mercados, se convierte en mera propaganda.