En la España de la amnistía a los sediciosos, toda polémica es bien recibida para caldear el ambiente y que nadie hable de todo lo demás. Eso lo saben muy bien en el seno del gobierno, que estos días encabeza la guerra del tuit a través de Ernest Urtasun con su programa revisionista de los museos nacionales. En palabras del otrora eurodiputado, deben adecuarse las colecciones a un relato que permita “superar un marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntricas que han lastrado la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico”.
Esta vez no podemos juzgar currículum, el ministro de Censura—quicir, Cultura— es una de las cabezas más amuebladas y experimentadas del gobierno, pero dicha estantería parece ser que únicamente es capaz de albergar los más delirantes tratados del wokismo anglo. Ya nos tenían acostumbrados a la retahíla del colonialismo, de la maldad imperialista de los españoles—pese a que España no nace antes de 1812 según la izquierda patria, curioso—, por lo que no dedicaré más tiempo a dicha cuestión, más si hay numerosos expertos que contradicen estas viejas tesis. Ahora, el objetivo es superar las ‘inercias de género’, que bien podría explicarnos su señoría qué carajo implica su propuesta, porque por el momento no es más que la intentona de ocupar algún titular del Grupo Prisa cuando las miradas están puestas en el atentado a los diabéticos que ha protagonizado la vicepresidenta Díaz de la mano de Giró y alguna que otra referencia a la alopecia del señor Tellado, nuevo maestre de la Orden del Ofendidismo.
Un servidor, ante este esperpento, deja volar su imaginación y, en un mundo distópico cada vez más cercano, recrea al señor Urtasun, pincel en mano, cubriendo todo pecho que resulte ‘machista’ para su señoría, cual Daniele da Volterra con la obra de Miguel Ángel, rapando barbas excesivamente masculinas en Breda. En el típico texto explicativo para los turistas, una enorme bandera 2SLGBTQI+—espero no haberme equivocado con las siglas trudeaunianas, sólo faltaba ofender— para conmemorar a Magdalena Ventura, primera mujer trans de nuestra historia allá por el s. XVII, evento que contaría con la participación de la militar Francisco, que exhibe su feminidad mientras agarra con fuerza su tegumento escrotal. Quién sabe, quizá estas líneas han inspirado al ministro Braghettone, y está encauzando ya la campaña por un arte más inclusivo.