PREGUNTA.- Parece que la Iglesia se está alejando de lo que fue un día, ¿es así?
RESPUESTA.- Todos nos alejamos de lo que fuimos en el pasado; la cuestión es si lo hacemos para crecer o para decaer. No creo que la Iglesia esté hoy en una decadencia insólita con respecto a su historia: recordemos que el papa Alejandro VI tuvo hasta nueve hijos de diversas madres, o que hay textos del siglo X advirtiendo a los clérigos de que no forniquen en el interior de los templos porque, luego, surgía la molesta necesidad de reconsagrarlos.
Lo que sí es peculiar de nuestra época es el tipo de males que afecta a la Iglesia. Lo diré sin ambages: no creo que haya habido otra época en que se porte de modo tan idiota como el actual. Lo debatimos a propósito de la polémica sobre “los intelectuales cristianos” desde hace ya casi dos años.
Que conste que se trata de eso, de un balance intelectual, no moral (que desde luego no me correspondería a mí hacer). Del mismo modo que si un médico detecta una epidemia de gripe en una parroquia ello no implica ninguna animadversión hacia sus feligreses, creo que quienes vemos un comportamiento absurdo, un tanto estupidizado, en la Iglesia actual tan solo lo hacemos como analistas, en este caso no médicos sino culturales, y no solo sin desprecio, sino con cariño hacia la institución.
¿Dónde se detecta esta idiotización? En colegios católicos que apenas instruyen a sus alumnos en las bases de lo cristiano. En clases de Religión que se dedican a hacer murales por la paz mundial, pero dejan a sus alumnos in albis sobre asuntos de Biblia, doctrina o historia de la Iglesia. En la radio o tele episcopales, Cope y Trece TV, donde (por hablar solo de aquello de lo que tengo experiencia directa) se defiende que Imagine es una canción maravillosa y se acalla a un servidor si le pone peros a sus deseos de un mundo sin religión, sin cielo y sin nada por lo que vivir o morir. Aunque reconozco que mi experiencia más psicotrópica fue en la tele de los obispos, cuando un moderador me interrumpió para refutarme, porque estaba yo defendiendo que se debería haber cambiado la actual ley del aborto.
En todas esas experiencias no me corresponde detectar maldad, pereza o relajamiento, sino solo dar cuenta de lo absurdas que resultan. Ningún partido político, ninguna otra iglesia, ningún club de fútbol al que se le dieran tantos medios, en la educación y en la comunicación, los usaría para propagar ideas ajenas o incluso hostiles, y acallar su inmenso legado. Pero la Iglesia católica lo hace. Así que es inevitable detectar un comportamiento idiota (y no en el sentido de Dostoievski).
P.- En estos tiempos, y sobre todo desde la llegada de Feijóo a la dirección del PP, se habla mucho del término “centro” y “liberal”, ¿existe realmente?
R.- Creo que existen los centristas, que son señores que aplican la emotividad, en vez de la racionalidad, a la política. Por eso, no analizan las propuestas en función de si son verdaderas o falsas, sino a si chocan mucho con lo establecido o no. Te pondré un ejemplo: si todo el mundo dice que la Tierra es plana y yo digo que no lo es, y no me callo cuando me insisten en que yerro, sin duda ¡yo polarizaré muchísimo! Pero eso es irrelevante; es irrelevante que yo levante fuertes pasiones en contra, o que la gente se sienta incómoda cuando me oiga; lo importante es si tengo o no razón. Un centrista, sin embargo, se quedaría solo con mi actitud “polarizadora”, y se quejaría de las emociones de desagrado que le suscita. El propio nombre (“centro”) implica eso, ponerse en un lugar templado, no en el lugar de lo verdadero (que a veces puede estar en la periferia, no en la centralidad).
P.- Desde el inicio de la guerra en Ucrania, se habla de que la Unión Europea podría no sobrevivir en su lado institucional, sobre todo por la llegada de gobiernos muy contrarios ideológicamente, ¿qué cree que ocurrirá finalmente con la UE?
R.- La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto que la política energética de la UE (derribar centrales eléctricas en nombre del clima climático, frenar la construcción de embalses en nombre del ecologismo, apostar por coches eléctricos que la mayoría no nos podemos permitir…) ha sido nefasta. Pero en vez de reconocer tal cosa, los dirigentes de la UE están empeñados en echarnos la culpa a nosotros, sus ciudadanos: que si gastamos demasiada agua caliente al ducharnos, que si tenemos el vicio de usar diésel, que si nos empeñamos en no ahogarnos de calor y usamos aire acondicionado…
Es la democracia puesta del revés: en vez de exigir nosotros a nuestras élites responsabilidades por sus políticas, son ellos los que nos abroncan a nosotros sus electores. Y lo peor es que muchos de esos electores aceptan esas regañinas encantados, quizá nostálgicos de obedecer a una autoridad (aunque hoy sea una autoridad eco-friendly, LGBT-friendly, femipacifista…).
P.- Este fin de semana, se ha celebrado el ‘Ospa Eguna’, ¿qué le parece que el Gobierno no haya decidido prohibir la celebración?
R.- Estamos hablando de dos partidos, PSOE y UP, que se quejaban de que personas no secesionistas fueran a la población del Ospa Eguna, Alsasua, porque les acusaban de “crispar”. Y hablo de personas de la talla de un Fernando Savater o una Maite Pagazaurtundua. Es decir, estamos hablando de dos partidos que consideran una provocación que un español vaya o hable en ciertos lugares de España. Dos partidos, por tanto, que han renunciado ya a esas poblaciones como parte de España. Y me parece hasta bien que ellos renuncien a Alsasua, o a Navarra entera, o al País Vasco: ojalá, de hecho, PSOE y UP renunciaran también a las otras 15 comunidades autónomas y nos dejaran de una vez en paz, sin sus típicas ansias por sí gobernarnos a los demás.
En todo caso, he de recordar por qué es famosa Alsasua: porque unos jóvenes, llenos de odio ideologizado, dieron una paliza a unos guardias civiles que iban de paisano. ¡Y además se pensaron que debían salir impunes! De modo que hay siempre una pequeña buena noticia en lo relativo a Alsasua, y es que esos jóvenes no se fueron de rositas tras su cobarde palizón. Algunos seguirán durmiendo en la cárcel hasta 2025; quizá ello les ayude a reflexionar (recordemos la función de reinserción que, según la Constitución, tienen las prisiones), a darse cuenta de que llevaban una vida moral excrementosa en la que cabían los apalizamientos gratuitos, y quizá logren salir de tal ciénaga mental.
P.- En la misma línea, recientemente se ha trasladado a dos etarras con muertes de niños a sus espaldas y unos de los más sangrientos al País Vasco, ¿será un privilegio para ellos?
R.- Es muy divertido ver a mucha izquierda argumentándote que esa medida se aplica porque es de justicia ubicar a un preso cerca de su familia; pero, si se trata simplemente de hacer lo justo, ¿por qué ha de esperarse para hacerlo a que Bildu te lo exija en una negociación? ¿Es que Bildu tiene más sentido de la justicia que el actual Gobierno? ¡Debería haberlo hecho el Gobierno sin más, gratis et amore, y a los pocos días de empezar a gobernar! La verdad es que da un poco de vergüenza ver la tortura continua a la que somete Sánchez a sus partidarios: la de autoconvencerse una y otra vez de todo tipo de inconsistencias.
P.- Hay algunos, que nos hacemos algunas preguntas cuando leemos su biografía en Twitter, ¿qué ocurre en la órbita de la prensa para que eldiario.es lo tache de “peligro social” y que el Confidencial lo describa como “el filósofo de la sobrina de Le Pen”?
R.- Siempre digo que nadie nos alabará tanto como nuestros enemigos, en su ceguera por abatirnos. Y, desde luego, que eldiario.es me elevara a la categoría de “peligro social” fue algo de lo que le estoy muy agradecido (hay que reconocer acabaron por darse cuenta del elogio indirecto que suponía, y eliminaron de su web el artículo, de Ruth Toledano, en que me lanzaban ese calificativo). A mí me gustaba porque, desde la ley franquista de 1970 con ese nombre, de “peligrosidad social”, es un concepto que no se utiliza mucho, y me gustaba ser quien lo mantuviera vivo para la izquierda.
En cuanto a El Confidencial, la cosa fue aún más divertida: me elevaron nada menos que a filósofo de cámara de Marine Marèchal (a la que por supuesto prefieren llamar por el nombre de su abuelo para mostrarla como más “malota”). Supongo que pronto me elevarán, no sé, a filósofo personal de algún mandatario español, quién sabe si incluso ya fallecido (¿el filósofo de Franco, quizá?). Son deliciosamente necios cuando se ponen a estas cosas, la verdad.
P.- Para alejarnos un poco de temas políticos, es usted el director del ISSEP, ¿cuál es el trabajo de tal institución?
R.- Dar la batalla cultural. Es decir, en cierto modo (y por conectar con el inicio de esta charla), hacer con nuestro mensaje lo que la Iglesia católica española ha renunciado (absurdamente) a hacer con el suyo. Y hacerlo llenos de pasión y empeño.
¿Cuál es nuestro mensaje? Creemos que hay en marcha un proyecto de convertir nuestra civilización en algo muy diferente de lo que es. Se quiere cortar nuestro aprecio de la racionalidad (que viene desde los griegos), nuestro respeto al Derecho (que viene desde los romanos) y nuestra idea de perdón y aprecio por el oprimido (que viene del cristianismo) y sustituirla por una divinización de cualquiera que se presente como víctima, ya sea por motivos raciales, sexuales, de orientación sexual, étnicos… Se quiere olvidar el respeto a la ley y sustituirlo por la justicia popular que se ejerce en manifestaciones; se quiere castigar no en función del delito, sino de quién sea el delincuente. Se quiere decir que todas las opiniones valen lo mismo… para al final imponernos en todos los ámbitos de nuestra vida la opinión del Gobierno.
Nosotros estamos en contra de todo ese proyecto. Y creemos que nuestra mejor aliada para ello es esa civilización de la que venimos, que se quiere destruir, pero aún pervive un tanto a nuestro derredor. Nosotros contamos con Aristóteles, Boecio y Balmes; ellos con Netflix, el Banco de Santander y la ONU. La batalla se presenta entretenidilla y la queremos dar.