En España si la conferencia sobre democracia no la das tú, te la dan. Pero lo que no enseñan nuestros colegios públicos localistas ni nuestras universidades doctrinarias es que la democracia jamás puede darse por ganada. Una democracia no está madura mientras no lo estén sus instituciones, es decir, mientras esas instituciones no resistan neutralmente cualquier ataque o intento de colonización partidista. Las instituciones españolas se hallan ahora bajo asedio. Con el mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial —o ya inmerso en ella—, España está de nuevo demasiado ocupada guerreando consigo misma (y creando nuevos cauces para la corrupción) como para poder participar en la historia del mundo occidental. Ya le sucedió a comienzos del siglo XX. Y ahora le sucede de nuevo.
“No podemos perder esta batalla”
Pero si desde España no miramos al mundo, el mundo tampoco nos mira. Los problemas que aquí parecen acuciantes son nimios frente al devenir global. “No podemos perder esta batalla”, dijo el músico Sting sobre la guerra de Ucrania el 31 de julio durante un concierto en Varsovia. “La democracia está bajo asedio en todos los países del mundo y hay que luchar para defenderla, porque la alternativa es la tiranía,” añadió. En Occidente se ha repetido con frecuencia —desde Madeleine Albright hasta John Major, pasando por Roberta Metsola en marzo de este año— que la democracia nunca se puede abordar como un hecho consumado, sino que debe conquistarse cada día. Los occidentales repetimos como mascotas amaestradas cada americanismo que nos llega, pero ¿cuántos habitantes del Viejo Continente aplican el mindfulness a la libertad democrática?
Basta echar un vistazo a la línea temporal de la historia europea para poder evaluar el accidentado trayecto de la democracia desde la Grecia de Pericles hasta la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. En el siglo XX fue Churchill quien reafirmó la democracia occidental como una cosmovisión por la que merecía la pena luchar y morir, o sea, tal como la concebían los griegos. No en vano fue el líder británico quien dijo con ironía utilitarista: “Incontables han sido las formas de gobierno que se han puesto en práctica en este mundo de pecado y de aflicción. Nadie pretende que la democracia sea perfecta ni que sea sabia. De hecho, se ha dicho que la democracia es el peor sistema político que existe, exceptuando todos los demás que se han ensayado de un tiempo a esta parte”.
La Democracia como marca registrada
La antorcha griega la ha portado hasta ahora Estados Unidos, que blande la democracia casi como su mejor marca comercial. En el planeta entero, basta una imagen de la Estatua de la Libertad para pensar ‘Democracia’ de manera casi automática. Desde la década de 1970 hasta hoy, cerca de setenta países se habían convertido en democracias más o menos funcionales. Pero a partir de 2020, año en que una pandemia mortífera ha asolado el mundo, los paladines de la democracia vienen sufriendo grandes derrotas en su lucha contra el totalitarismo. El orden mundial se va inclinando día tras día, hora tras hora, a favor de la tiranía. No en vano un 75% de la población mundial vive en países cuya democracia se ha deteriorado, según el think-tank estadounidense Freedom House.
¿Condenados a repetir el siglo XX?
Todo esto es un deja-vu. El siglo XX también se configuró en apenas un par de décadas como una batalla global entre la democracia occidental y el totalitarismo. Pero los paralelismos no terminan ahí. En el XX hubo una pandemia mortífera que en apenas dos años aniquiló a millones de personas. Y hubo un personaje siniestro que engañó a Occidente fingiendo respetar el orden mundial y las normas democráticas hasta que el momento fue propicio para poner al mundo en un jaque totalitarista. Entonces fue un militarucho ultraderechista, nacionalista pangermano, racista y con complejo de haber sufrido el desprecio de las superpotencias occidentales. En este caso es un ex-espía de la KGB, ultrasoviético, nacionalista panruso, estalinista, educado durante la Guerra Fría en un odio existencial contra el bando occidental y con complejo de haber sufrido el desprecio de las superpotencias mundiales.
Tras un esforzado itinerario de 25 siglos, la democracia griega del ágora y del ostrakon se halla de nuevo en grave peligro. Todos somos culpables. ¿Por qué? Porque la dimos por ganada.