Rebelarse, según la RAE: “sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida. Oponer resistencia”. Quizá puede parecer una palabra muy fuerte para usarla con según qué frases. Pero la realidad es que es una palabra que representa lo que hoy en día sucede en España. Todas estas manifestaciones pacíficas en la calle Ferraz –y digo pacíficas porque son las que de verdad representa a miles de españoles, no la de cuatro nazis cantando el cara al sol, despreciando al Rey y a la Constitución y alzando el brazo y ensalzando a algunos regímenes dictatoriales y fascistas como Hitler, Mussolini o Franco–.
Y es que, parece que toda esa España dormida desde hace años, esa España con miedo a salir a la calle, con miedo a alzar la voz contra el Gobierno de Pedro Sánchez y sus decisiones y mentiras, ha despertado. Algunas de las manifestaciones que se han venido celebrando en las últimas semanas (incluida la celebrada en Barcelona el 8 de octubre por Sociedad Civil Catalana), muestra que los ciudadanos no están dispuestos a que se vendan sus derechos y libertades por 7 votos y a que se destruya los pilares en los que se sostiene nuestro Estado de derecho.
Ciertamente, oír a algunas personas en las manifestaciones de Ferraz decir que están ahí “por España”, pero no saben realmente argumentar se sentido de defender nuestro país, es triste. Triste porque parecen siervos de los políticos: él manda y el pueblo cumple, es decir, ese término conocido como el poder político. Salir a las calles, sí, es un derecho reconocido en el artículo 21 de nuestra Carta Magna, pero manifestarse sin saber el motivo real, es de bajeza para con nuestros ciudadanos.
Y otro de los problemas de manifestarse con la presencia de según qué políticos o qué partidos, es el uso de términos. Oír en tertulias o leer en redes sociales y artículos que los manifestantes son de extrema derecha por el simple hecho de que acuden diputados de VOX, me produce una sensación de hartazgo. Hemos normalizado el simple hecho de que si se dice o hace algo en contra de lo que dice la izquierda, eres un fascista y de extrema derecha, o si dices o haces algo en contra de lo que dice la derecha, eres un comunista y de extrema izquierda. Todo esto que digo no es nada raro, se vive día a día en las redes sociales y en la propia política con ciertos discursos falaces y llenos de odio por quien piensa distinto.
Esta doble vara de medir que llevamos arrastrando años es una muestra de una sociedad cada vez más polarizada, que es servil a los políticos –en vez del al contrario– y a los medios de comunicación. Y digo al contrario porque se supone que en nuestro país, la soberanía reside en el pueblo, no en los políticos. Ellos deberían ser simples marionetas que trabajen y cobren un sueldo pagado por todos los españoles para que hagan lo que se les encarga: mejorar la vida de todos los españoles independientemente del código postal, la provincia y la comunidad autónoma donde vivan, e independientemente del partido al que votaron en las elecciones.
Esto mismo es todo lo contrario a lo que ha hecho Pedro Sánchez junto a sus muñidores y secuaces –Félix Bolaños, premiado con un ministerio con los tres poderes del Estado, presidencia (ejecutivo), justicia (judicial) y relación con las cortes (legislativo), y Santos Cerdán–. Han hecho vender durante toda la investidura que este Gobierno es progresista. No sé dónde ve el progresismo en el PNV –ese que llevaba el lema de ‘Dios y leyes viejas’ o cuyo fundador, Sabino Arana, nos ha dejado un legado de frases como “la mujer, pues, es vana, es superficial, es egoísta, tiene en su sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza”, “en pueblos tan degenerados como el maketo y maketizado, resulta el sufragio universal un verdadero crimen, un suicidio” o “el bizkaino es laborioso; el español perezoso y vago”–, o Junts –con el expresidente de Cataluña Quim Torra dejándonos otro legado de frases, como “ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio”, “Hoy nada es más igual a un socialista catalán que un socialista español. La vieja y honorable raza del socialista catalán se dará por extinguida, aunque, de manera totalmente acientífica, haya ciertos individuos que se reclamen continuadores […] El PSC, sencillamente, ha desaparecido de la comunidad catalana”, “no querer hablar la lengua del país es el desarraigo, la provincialización, la voluntad persistente de no querer asumir las señas de identidad de donde se vive […] Sin lengua no hay país. Y cuando se decide no hablar en catalán se está decidiendo dar la espalda a Cataluña”, “el castellano avanza, impecable, voraz, rapidísimo”, “gente que ya se ha olvidado de mirar al sur y vuelve a mirar al norte, donde la gente es limpia, noble, libre y culta. Y feliz”.
Porque Junts y el PNV no representa ningún otro valor más que el supremacismo de lo que ellos llaman “la raza catalana” y “la raza vasca”. Ese supremacismo que debe estar por encima de todo el resto de los ciudadanos de nuestro país, o parafraseando a Torra, esos “bestias con forma humana”. Porque para ellos somos eso: “bestias con forma humana”. Y ese supremacismo crea un muro entre los españoles, las ya mencionadas “razas superiores” y las bestias. Entre los catalanes y vascos, y los andaluces, madrileños, extremeños, murcianos, canarios, ceutíes, melillenses, asturianos, castellanos y leoneses, castellanomanchegos, y demás gentilicios, que podríamos resumirlo en una simple palabra: españoles. Este muro separa a los ciudadanos de primera y a los ciudadanos de segunda, porque a este Gobierno les gusta levantar esos muros, ya lo hicieron con la ley de memoria democrática.
Y yo me rebelo a que me llamen “fascista y extrema derecha” por haber criticado en este artículo la amnistía y al actual Pedro Sánchez –no al de hace tres meses que decía que la amnistía no cabía en la Constitución, o al de hace unos años cuando decía que sentía vergüenza cuando los políticos indultaban a otros políticos, que lo que había sucedido en Cataluña en el año 2017 era sedición y acabó modificando a la carta el Código Penal, que no iba a pactar con Bildu y lo repetía 5 o 20 veces y que no iba a indultar a los líderes del Procés–. También me rebelo a que me llamen “comunista o extrema izquierda” por decir que es triste que haya manifestantes que no sepan por lo que se manifiestan o que ensalcen simbología nazi y fascista en estas movilizaciones pacíficas que se convierten en violentas por cuatro encapuchados que no representa ni los valores democráticos ni por los que salen a las calles miles de personas.
Porque sacar banderas con el conocido timbre (corona), recortado, o sacar lonas con las frases “Felipe, felón defiende tu nación” o “la Constitución destruye la nación”, que además de falacias, son gestos antidemocráticos. La Constitución del 78 nos trajo muchas libertades de las que ahora gozamos, aunque por supuesto necesita muchas reformas para adaptarlas a los nuevos tiempos. Y sobre el Rey, escuchar insultos sobre él y su familia, es desconocer cómo funciona el sistema en nuestro país (que se podrá estar más o menos de acuerdo con él, pero es el que hay): las leyes aprobadas por las Cortes Generales (elegidas por el pueblo, aunque necesite también una reforma su método de elección), deben ser firmadas por el Rey esté o no de acuerdo con ella (como pasaba con los indultos), porque el Rey no tiene competencias para entrar en temas políticos. En España debería existir otros mecanismos como la justicia para parar estos autogolpes contra la democracia y el Estado de derecho. Porque mientras los jueces sean elegidos por los políticos o un ministro acapare los tres poderes en un solo título ministerial, no existirá separación de poderes (como ocurre desde el inicio de la democracia hace más de 40 años).