La figura de Pedro Sánchez, su círculo político, y su movimiento personal externalizado del PSOE nos hace recordar a la Cataluña de 2017. Mentiras, narcisismo, desprecio, y desgobierno. Una afirmación que va mucho más allá de lo político, y sobrepasa las líneas de lo que debería de ser un presidente de gobierno, que sin fanatismos ideológicos, tendría que verse obligado a trabajar para fortalecer el Estado en lo social, democrático y de derecho.
Tanto el procés como el sanchismo se han sustentado primordialmente en mentiras. El movimiento catalán era una falsa promesa de independencia a sus votantes, en la que se instauraba el mito de que España roba, o que la España subsidiada vivía a costa de la Cataluña productiva. Este último fue eslogan de Convergència i Unió, de la que luego hablaremos. Igual que Sánchez en sus discursos en la moción de censura contra Rajoy, y posteriormente en la campaña electoral. Mintió sobre sus pactos y socios de gobierno, durante la pandemia con datos falsos, un comité de expertos aún inexistente, y sobre su plan de gobernabilidad; que es quizás uno de los elementos claves por los que los ciudadanos votan a quien quiera que sea su presidente. No indultaría a políticos, no rebajaría las penas a los líderes del proceso separatista, no pactaría con EH Bildu, no dormiría seguro con Podemos en el gobierno, prohibiría los referéndums ilegales, promovería una reforma para que el Gobierno no pudiera elegir al Tribunal Constitucional, etc… Una larga lista, que por lo que dice se han convertido en cambios de posición política constantes, que de nada tienen que ver con los pactos de investidura.
Es así que con Sánchez, y su narcisismo, España ha dejado de ser considerada una democracia plena. Como en Cataluña con TV3, Sánchez ha utilizado los medios públicos com RTVE y el CIS para su superviviencia política, y moral. Por no decir su tono de voz contra la oposición deshumanizando, y llamando “ultraderecha”, “fascista”, y “trumpista” a todo aquel que se cruzara por su camino.
Un continuo de hechos que nos hacen ver que ya no queda nada del espíritu del 78, que ha sufrido una debilitación antidemocrática promovida por dos caballos de troya, que a pesar de formar parte del pacto constitucional han roto con los principios liberales que de esta emanan. El primero de ellos, CiU (Convergència i Unió), con su deriva nacional-populista con Artur Mas como líder, y más tarde como Junts per Catalunya, heredero de aquel partido; que nada tuvo que ver con el catalanismo constitucional de Durán i Lleida, y que ahora intenta rehacer Roger Montañola con “Espai CiU”.
El segundo, y posiblemente el más importante para entender la situación actual de España, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que con Zapatero, y posteriormente Pedro Sánchez han avalado las ideas de un populismo naciente en Sol para asaltar los cielos, y refuerza las ideas de un separatismo dirigido desde Waterloo por prófugos de la justicia, que llaman a la desobediencia contra el Estado y claman que lo volverán a hacer. Por no hablar de sus amigos en el exterior, que en cada oportunidad que tienen para insultar a España y su historia, lo hacen sin pudor. Luego piensas, y te preguntas ¿Qué les debe el PSOE?
La mentira como forma de hacer política, y la crispación como modelo de sociedad se han instaurado en el panorama nacional. Por el momento, estos errores políticos de unos tienen una solución, y depende de nosotros hacerla llegar a Moncloa. La política rupturista de la Cataluña de 2017 no puede seguir en el conjunto de España, y mientras algunos lo nieguen ahí tendrán en bandeja a PSC y PSOE para actuar en el beneplácito de las fuerzas contrarias al pacto constitucional.