La izquierda española había presentado las elecciones gallegas del pasado domingo como un plebiscito a Alberto Núñez Feijóo, amenazando con acabar con la mayoría absoluta popular en el feudo histórico del PP, con el aliciente de ser la Comunidad Autónoma en la que Feijoo era Presidente hasta que aceptó liderar el partido a nivel nacional tras la caída de Pablo Casado.
La baza de la izquierda era la de revalidar un tripartito a la gallega que aupara al BNG a la presidencia de la Xunta arropados por un PSOE resignado a ser la tercera fuerza y con la ensoñación de la entrada de Sumar, el partido de la gallega Yolanda Díaz en el parlamento gallego. Es decir, la gran apuesta alternativa no era ganar las elecciones el Galicia, sino una coalición de fuerzas que sumara un escaño más que la fuerza hegemónica gallega.
Sin embargo, los gallegos han querido con su voto que ese plebiscito no sea contra Feijoo, sino contra el propio Pedro Sánchez y los números hablan por si mismos; el PP mantiene su mayoría absoluta de forma holgada, el BNG se lleva al electorado de izquierdas y el PSOE se hace muy muy pequeño sin siquiera llegar a la decena de escaños. Sumar, la fuerza hecha a imagen y semejanza de Yolanda Díaz, no logra representación. Un duro correctivo para una vicepresidenta del Gobierno en su propia casa.
Así pues, a parte de la sorpresa de Democracia Orensana que se estrena en un parlamento donde ni Podemos, ni Sumar, ni VOX o Ciudadanos en su prime han logrado rascar escaño alguno, las elecciones gallegas han dejado al PSOE muy tocado, profundamente empequeñecido y por más que nieguen en Moncloa, a las puertas de una crisis interna grave.
El PP a pesar de perder 2 escaños no ha sufrido para mantener su mayoría absoluta a pesar de que contra ellos se han intentado usar armas como la crisis de los pellets o el supuesto beneplácito de Feijoo al indulto de Puigdemont, en un intento desesperado de desmovilizar a su electorado y se afianza como segunda fuerza el BNG, aunque a mucha distancia de los populares. Un partido que recordemos, se ha aliado con ERC y Bildu para las europeas, permitiendo que lidere su formación un miembro de ETA como Pernando Barrena.
Los socialistas por su parte, sabedores de su imposibilidad de ser alternativa, jugaron la baza de una coalición con los independentistas gallegos para desbancar al PP de su feudo y las consecuencias han sido una fuga masiva de votos socialistas al independentismo radical gallego. La explicación a esta mutación es sencilla; si tenemos meridianamente claro que el socialista medio jamás votará a la derecha y el discurso socialista es convertir en “progre” todas las soflamas independentistas, mejor ser progresista con el independentismo original que con la marca blanca en la que se ha convertido el partido socialista.
Sánchez hace tiempo que decidió sacrificar el poder territorial de las autonomías para mantenerse en la Moncloa y esa decisión está empequeñeciendo mucho al PSOE en toda España. Comenzando por Andalucía, su feudo histórico, donde nadie ya se plantea una vuelta al socialismo (menos aún con un líder de cartón-piedra como Juan Espadas) la vía autocrática del “todo vale” de Sánchez está desarbolando a su propio partido en todo el país.
No sabemos que va a pasar a partir de este lunes, donde la fábrica de cortinas de humo de Moncloa intentará el enésimo truco de ilusionismo para desviar la atención. Ni tampoco sabemos hasta cuando el callejón sin salida de la amnistía le dará oxígeno a Sánchez. Pero lo que pasó este domingo en Galicia se puede interpretar como que el plebiscito gallego que planteaban en Moncloa contra el líder de la oposición ha dejado muy claro que cada vez más la gente vota contra Sánchez.