Durante muchos años –incluso a día de hoy- se ha presentado el centro político como el espacio que transita entre la izquierda y la derecha. De hecho, los partidos moderados de ambos espectros electorales, se califican o incluso autodenominan de centroderecha o centroizquierda. Sin embargo, el centro per se no es una ideología, sino un espacio a ocupar.
Esta falsa percepción de que existe una ideología que es capaz de comprar lo mejor de uno y otro bando, es la que ha hecho naufragar a todos los proyectos políticos que se han presentado ante la sociedad como de centro; UCD, CDS, UPyD y finalmente Ciudadanos, acabaron desapareciendo del panorama electoral de forma estrepitosa, precisamente por creer que esa percepción de la política de que estar entre dos bandos claramente diferenciados, era una ideología con base electoral.
Sin embargo, cuando uno se posiciona como partido de centro, a lo máximo que aspira es a ser un mezclador universal. Un catalizador político que no aspira sino a pactar con uno u otro lado, sin ser capaz de poner en la agenda política una impronta propia capaz de hacer que la sociedad vea en ese “centro” un actor determinante, con el que generar una base electoral.
Por eso, como decía al principio, el centro deja de ser una ideología para convertirse en el espacio a ocupar. Y como si de una partida de ajedrez se tratara, quien domina el centro domina la partida. Porque el centro no es más que el tema que marca la agenda política. La materia que hace que ese electorado crítico decante su voto hacia uno u otro lado y por ello, dominar el debate es dominar el centro y cuando se domina el centro, se domina la partida electoral.
Repasemos; en 2004 el atentado del 11M se convirtió en macabro protagonista de unas elecciones manchadas por la sangre. Zapatero, que tenía esos comicios perdidos, fue capaz de marcar la agenda política usando la rabia de los españoles por el brutal atentado y contra todo pronóstico, ganó aquellas elecciones. En 2011, tras varios años de crisis acuciante, la agenda política la marcó el 15M y fruto de ello emergió como actor político Podemos a lomos de un Pablo Iglesias convertido en el nuevo mesías del pueblo. El 2017 el centro del debate era el desafío independentista y en ese desafío emergió el partido que dominó el enfrentamiento al desafío y Albert Rivera e Inés Arrimadas convirtieron a Cs en el partido con mayor intención de voto en España.
Y siguiendo esa lógica del centro como el debate político que ocupa el nudo gordiano de la preocupación social, hoy el centro es la amnistía. Y si ustedes se fijan, todo el mundo ha dado ya su parecer sobre la amnistía. Unos a favor. Otros en contra. Voces que hablan de su encaje constitucional. Opiniones sobre su ilegalidad… quien más quien menos ha expresado ya su parecer. Todos menos uno; Pedro Sánchez. De él, desde el 23J no se ha oído una sola declaración – ni a favor ni en contra- de la cacareada amnistía.
Una amnistía que la opinión general da por hecha, pese a su complicado encaje legal, que puede acabar en un bluf. Por eso Sánchez se ha parapetado detrás de sus peones. Ha ido testando y moldeando la opinión popular a través de sus voceros, procurando normalizar la amnistía como mágica solución al problema catalán. Sin embargo, él no se pronuncia sabedor de que esta amnistía puede ser imposible o que incluso siendo posible, sea insuficiente para satisfacer el ansia de poder independentista.
Ese silencio solo puede tener una explicación; ser parte de una estrategia premeditada para dominar el centro del debate político. Si la amnistía finalmente se convierte en la llave mágica de la investidura, aparecerá el Sánchez pacificador. El que consiguió apaciguar al independentismo a cambio de su magnanimidad con los golpistas. Si por el contrario la amnistía se convierte en una utopía o esta no colma la saciedad de sus socios y es incapaz de encarrilar la investidura, emergerá la figura del Sánchez firme que plantó cara a las exigencias del independentismo. El que no transigió. El que fue comprensivo e intentó buscar una solución política pero que antepuso la Constitución a su presidencialidad.
Y así, mientras rivales y socios potenciales se desgastan en el debate de la amnistía, él se resguarda a rueda de sus voceros lanzando globos sonda sobre su indudable constitucionalidad. Sabedor de que la última palabra la tienen él. Dominando el centro del tablero y esperando su movimiento final. Ese es el verdadero centro político. El espacio que Sánchez ha demostrado saber dominar. Y de esa maestría para dominar la agenda política deberían aprender sus adversarios si lo quieren derrotar.