En agosto de 2021 los líderes talibanes se paseaban por las televisiones internacionales asegurando que respetarían los derechos de las mujeres. Era mentira, claro. Mientras hacían esas declaraciones comenzaban a borrar los rostros de las mujeres de vallas publicitarias y escaparates. Un año después se ha confirmado que no había ni una sola razón para creerles. Los talibanes de hoy son los mismos de hace 20 años. La misma crueldad, igual fundamentalismo radical, el mismo fanatismo y de nuevo la represión total contra las mujeres.
Igual que hace 20 años han cerrado las puertas de los centros de trabajo a las mujeres y clausurado las escuelas de secundaria y las universidades a niñas y mujeres. Las han expulsado de todas las instituciones políticas, judiciales y administrativas.
Las quieren borrar de la realidad económica, social e institucional del país. Han cerrado el ministerio de Asuntos de la Mujer y han reabierto el de la Virtud, el mismo que hace 20 años se encargaba de encarcelar, torturar y apalear en público con intención ejemplarizante a las mujeres que incumplían las restricciones morales, como realizar actividades fuera del hogar a menos que estén acompañadas de un mahram (pariente masculino cercano como padre, marido, o hermano) o aparecer en público sin estar cubiertas de la cabeza a lo pies por el burka.
Afganistán es el mayor régimen de segregación por sexo que haya conocido nunca la historia. Un verdadero infierno para mujeres y niñas. Este es el verdadero rostro del criminal régimen talibán que asaltó el poder hace un año.
Y sin embargo, cuanto más se empeñan en borrar a las mujeres afganas, más claramente ellas se muestran como la verdadera cara de la resistencia de la sociedad frente al terror. Con una valentía inimaginable, son ellas las que salen a las calles a enfrentarse al régimen, que responde con balas como en la manifestación de la semana pasada. Son ellas, periodistas, juezas, diputadas, doctoras, las que reclaman sus puestos. Son las profesoras las que se organizan para mantener, en condiciones de máxima precariedad, clases online para las niñas excluidas de las escuelas: esos rostros de niñas de 12 años, preparadas con sus mochilas, que entraron en nuestros hogares y nos interpelaron cuando las vimos llorar por la promesa incumplida de las autoridades de abrir los centros de educación secundaria el pasado 23 de marzo.
Son las afganas en el exilio las que se han organizado en una red internacional para apoyar a las mujeres y niñas que resisten dentro del país y pedir a la comunidad internacional firmeza en el no reconocimiento al régimen hasta que no se produzca un cambio radical en el respeto a los derechos humanos de las mujeres. Hasta que no haya ese respeto.
Las mujeres afganas no son las mismas de hace veinte años: están dispuestas a resistir a la barbarie que les quieren imponer a ellas y a sus hijas. Porque, a pesar de las enormes desigualdades existentes, en los últimos años la situación sí había cambiado para ellas. Antes de la llegada de los talibanes, el 40% de la matricula de escolarización en el país era de niñas, cifra de enorme importancia si se tiene en cuenta que el 50% de la población afgana es menor de 15 años. Y la presencia de mujeres en todos los ámbitos, aún con avances frágiles y parciales, era una realidad.
Por ello, en este triste aniversario creo que tenemos la obligación de poner nuestro foco sobre ellas. La crisis política, la tragedia humanitaria que vive el país tiene sin duda una profunda dimensión de género. Esa es la razón por la que, desde el principio, la delegación de Cs en el parlamento europeo pidió a la comisaria de igualdad. Helena Dalli, que se implicara directamente en la repatriación de mujeres que eran objetivos de este régimen y que habían sido claves en la democratización del país.
Sorprende por esta razón la pasividad del ministerio de Igualdad, tan activo en batallas que ya fueron ganadas hace años por otras generaciones de mujeres, en el apoyo a las miles de refugiadas afganas en nuestro país que necesitan con urgencia regularizar su situación para integrarse y trabajar, y en denunciar y ser altavoz de las mujeres que permanecen dentro de Afganistán.
Este triste aniversario debería servir para reorientar nuestra acción internacional. La situación humanitaria es una tragedia: del 50% de la población que vive bajo el umbral de la pobreza, el 72% son mujeres. La desnutrición infantil aumenta cada día. Y los datos que nos llegan de un 500% de incremento de matrimonios infantiles, provocados por la miseria en la que viven muchas familias, son devastadores.
Tenemos que hacer llegar la ayuda necesaria sin que un solo euro pase por las manos gimen. Sin que ninguna conversación que pueda ser necesaria para permitir que las agencias y organizaciones internacionales operen en el país signifique o aparente ningún reconocimiento. Es imposible la más mínima tolerancia con el régimen talibán: los derechos de las mujeres afganas no son negociables. Deben saber que el desbloqueo de millones de dólares al Banco central afgano dependerá del cambio radical en el respeto a los derechos humanos.
Necesitamos hechos. Nadie puede creer en las palabras de un gobierno entre cuyos miembros son terroristas con ordenes internacionales de búsqueda y miembros de la poderosa red Hagqani. Un gobierno que acoge a terroristas como el líder de Al Queda Ayman al Zawahiri, recientemente localizado y abatido en Kabul.
Este triste aniversario debería servir para que la comunidad internacional no renueve la exención de prohibición de viajar a los dirigentes talibanes, que se justificó para permitirles participar en las conversaciones de paz de Doha.
Sobre todo, este triste aniversario tiene que recordarnos que la guerra contra el terror no se ha acabado en Afganistán. Simplemente ahora los terroristas controlan el poder y están en guerra contra la población; y en guerra, despiadada y brutal, contra las mujeres.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos.