Hace no tanto tiempo, había un partido hegemónico en España. Un partido cuya base social era la más grande que ha conocido nuestra tierra. Más que un partido, un fenómeno social que tras la oscura sombra del franquismo, lideró la época de nuestra historia posterior a la transición y con aciertos y errores, contribuyó a la modernización del país.
Ese partido, que combatió el terrorismo, acercó España a Europa o consiguió que el mundo mirase a nuestro país consiguiendo los hitos que supusieron las olimpiadas de Barcelona o la Expo de Sevilla, con avances como la llegada del tren de alta velocidad, con sus imperfecciones y sus defectos, tuvo un papel trascendental para el avance del país. Y dejando aparte las corruptelas que infectaron hasta la médula el aparato, fruto de un acomodamiento sempiterno en el poder, uno podía sentir cierta empatía por ese partido. Incluso cuando uno estaba alejado ideológicamente de él.
Porque aquel partido, por encima de sus defectos, errores, fallos y corruptelas, era un partido con sentido de Estado. Un partido que sabía que había líneas rojas que no se podían cruzar. Que respetaba las normas del juego. Que se creía la Constitución. Que no profanaba el hito que supuso la transición. Un partido en el que, quien nos lo iba a decir, figuras como Alfonso Guerra, Felipe González, Nicolás Redondo, Joaquín Almunia, Alfredo Pérez Rubalcaba y muchos otros que se podrían hoy nombrar, dotaban no solo de credibilidad, sino de empaque y solvencia un proyecto político importantísimo de este país.
Ese partido ya no existe. Ha desaparecido por completo. Fue Zapatero quien inició la capitulación de esos valores suprasocialistas que hacían de ese partido un partido de Estado. Y aunque su desaparición de la Presidencia del Gobierno nos podía hacer pensar que aquello no fue más que un borrón en la larga historia de ese partido, los hechos nos demuestran que aquello fue un camino sin retorno en lugar de un anecdótico error.
El socialismo hoy transita la vía del absolutismo. La de la autocracia bolivariana de quien desprecia los valores que hacían grande a ese partido que desapareció. Orinando sobre la tumba de sus compañeros caídos a manos de terroristas, renegando de esos grandes hombres y mujeres que hicieron historia en este país bajo esas siglas o desterrando de la militancia a quienes osan tener algo tan libre como su propia opinión.
El partido ha sido tomado por unas élites que se sirven de esas siglas que aún hoy tienen una gran base electoral, sin duda gracias al capital político, humano y social de esos de quienes hoy reniegan. Y son ya muchas voces – y no voces cualquieras- las que se alzan contra el rumbo que ha erigido la cúpula atrincherada del partido, en dirección contraria hacia los valores que lo convirtieron en un referente para la historia reciente de nuestro país.
Ojalá de esas voces surja un liderazgo solvente, que se plante ante el cesarismo de Sánchez y le diga “Basta. Hasta aquí hemos llegado”. Ojalá surja sea necesaria rebelión que devuelva a ese partido su esencia y su verdadero valor político y social. Ojalá se contagie entre las bases la voz de la conciencia que les haga despertar y que exijan al autócrata que libere a ese partido del secuestro al que lo ha sometido.
Ojalá vuelva el PSOE de los valientes. El de los que se enfrentaron a la dictadura, para hacer frente a la autocracia. El de los que salía a la calle para clamar contra la sinrazón. Ojalá se imponga la rebeldía que se suponía a las gentes de izquierdas, en lugar del borreguismo anestesiado al que se ha sometido a su base social. Se necesitan valientes que quieran coger el timón de ese barco sin rumbo varado en la calle Ferraz.