Un cara a cara televisado: una prueba de habilidad y tensión

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo durante el cara a cara de Atresmedia de cara a las elecciones generales del 23-J
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo durante el cara a cara de Atresmedia de cara a las elecciones generales del 23-J

En un debate televisado cara a cara, no es tarea fácil mantener el equilibrio. Requiere habilidad para manejar el estrés y controlar la subida del cortisol y evitar mareos. En la actualidad, la política es una profesión que recibe críticas constantes por parte de la ciudadanía, pero los líderes políticos que se someten a este tipo de enfrentamientos merecen un reconocimiento considerable. Soportar esa tensión psicológica no está al alcance de cualquiera.

El debate televisado entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, los dos líderes que aspiran a ganar las elecciones, resultó ser un espectáculo político que no defraudó en absoluto. Al contrario, desafió la creencia común de que los debates electorales en España están demasiado restringidos. Fue una tertulia de alto nivel, vibrante, llena de datos, ataques y una dialéctica intensa, con momentos incluso diplomáticos. Sin embargo, los datos presentados por cada uno no quedaron del todo claros, convirtiéndose en una cuestión de fe creer en uno u otro. A veces, los cara a cara son impredecibles.

Puede ingresar como favorito y salir con heridas. Incluso existe el riesgo de perder los nervios. Para evitarlo en una noche así, se requiere experiencia en la presentación televisiva, como la demostrada por Ana Pastor y Vicente Vallés, quienes lograron mantener la calma y evitar mostrar gestos extraños. De hecho, prácticamente no necesitaron moderadores. Se involucraron desde el primer minuto y permanecieron conectados hasta el último segundo. En ese sentido, sin duda, cumplieron con las expectativas de sus seguidores. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo mostraron sorpresa y desconcierto en sus rostros cuando el otro hablaba, sin ocultar la tensión en el ambiente.

Sin embargo, la vida siempre depara sorpresas y, en el momento menos esperado, puede surgir una situación inesperada. En este caso, fue Feijóo quien dio un giro inesperado, desafiando las expectativas previas que lo presentaban como el líder de la oposición que evitaría este tipo de debates. Desde el comienzo del espectáculo, Feijóo lanzó manotazos irónicos, descarados, atrevidos e insolentes, manteniendo una distancia de dos metros de la mesa.

Sorprendentemente, lo hizo sin descomponer su rostro serio y moderado que lo caracterizaba hasta la noche anterior. Esto dejó perplejos a muchos espectadores. El presidente abrió mucho los ojos, frunció el ceño y se podía leer en su expresión una pregunta que muchos se hicieron: ¿quién es este individuo frente a mí y qué ha hecho con el Feijóo tranquilo y sosegado que conocíamos del noroeste? ¿No se suponía que Sánchez sería quien saldría al ataque, siendo el político más experimentado en el combate y en la esgrima dialéctica?

Es posible que el candidato del PP haya estudiado cuidadosamente las entrevistas recientes de Sánchez y, quizás por eso, se mostró alerta desde el primer momento. Sánchez se mostró sinceramente sorprendido por la actitud desafiante de Feijóo y se esforzó durante todo el debate por no caer en las provocaciones obvias de su contrincante. Sin embargo, la sangre le hervía y hubo momentos en los que no pudo evitar mostrar gestos extraños. Gestos raros. Retórica extraña.

A pesar de los intentos de Sánchez, Feijóo se movió con destreza y evitó caer en los temas relacionados con las mentiras del 11-M o la corrupción del pasado del PP. El candidato del PP dio giros ingeniosos y evasivos, sorteando los intentos de Sánchez de acorralarlo en el rincón de Vox junto a Santiago Abascal.

El debate posterior generará muchas conversaciones, incluso más que el propio debate. Si la victoria se mide por quién llevó la voz cantante y ocupó el escenario con soltura, el resultado no deja lugar a dudas. Feijóo salió decidido a comerse a Sánchez para evitar que Sánchez lo devorara a él. Dado que no habrá otro cara a cara, no habrá oportunidad de una revancha.

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