Quien permite el desorden por evitar la guerra, primero obtendrá el desorden y después obtendrá la guerra
Nicolás Maquiavelo.
Poco a poco y una a una, las piezas del complicado puzle de la segunda legislatura Frankenstein van encajando en su sitio. Los voceros y agradecidos estómagos “librepensantes” de la izquierda han ido aclarando gota a gota, hasta blanquear la ideal solución al problema de la investidura de Sánchez el derrotado. Los socios de la investidura, los que permanecen fugados de la justicia. Los que fueron indultados por sus delitos y hasta los que esperan ser juzgados por su levantamiento en octubre de 2017, serán amnistiados por mayor gloria de Sánchez “el pacificador”.
Así, la amnistía, se ha ido colando entre las rendijas informativas que el lamentable beso de Rubiales ha ido dejando –recibido como agua de mayo por la izquierda de este país- como la solución a un problema político para resolver el problema de Cataluña. Y cucharada a cucharada, hemos dado por sentado que esa medida de gracia será la moneda de cambio del socialismo y comunismo-soft, para poder seguir manteniéndose en el Gobierno de este país.
Sin embargo, la amnistía no es per se una medida cualquiera. La amnistía no es como el indulto, donde se perdonan las penas ya juzgadas y se admite la culpabilidad del infractor. La amnistía es una medida de gracia, que en nuestro ordenamiento jurídico, solo se reserva a los cambios de régimen. La amnistía es admitir que el independentismo llevaba razón. La amnistía es aceptar como país, que los sublevados contra el orden constitucional tenían motivos fundados para el alzamiento y que nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, actuaron como una fuerza represora. La amnistía, significa presentar ante el mundo, que España es un país opresor, fascista, dictatorial que actuó de manera de desproporcionada ante una minoría indefensa, que salió a la calle de forma pacífica para reclamar su libertad. La amnistía es, en resumidas cuentas, la humillación de nuestras instituciones y de nuestro país, al fascismo reaccionario catalán que tanto odia España.
Porque más allá de los efectos prácticos de la amnistía –“total, si de todas maneras los van a indultar…” que piensa una gran parte de nuestra sociedad- la aceptación de la misma no es más que eso; una rendición incondicional de las instituciones de todos los españoles a una minoría radicalizada, que hace 6 años lanzó el mayor desafío al que se ha enfrentado nuestra democracia. Y lo peor, es que esta medida no es ninguna solución. Los independentistas, jamás se han arrepentido del daño causado. Jamás han pedido perdón por su levantamiento y lo que es peor… jamás han prometido o asegurado que no volverán a desafiar a las leyes y a la Constitución.
Pero mientras mantenga el poder, a Sánchez y su séquito, las implicaciones de la amnistía le dan igual. Convertido en el Nerón de nuestra era, aquel loco emperador que pretendió “salvar” Roma haciéndola pasto de las llamas, Sánchez prenderá nuestro orden constitucional para vender la salvación de nuestra democracia. Y en su ambición desmedida y su egolatría infinita cualquier precio a pagar es escaso si eso le permite seguir gobernando. Al fin y al cabo, poco le han importado las humillaciones constantes a las que nos somete Marruecos. Poco o nada le ha importado humillar a las víctimas permitiendo los ongi etorri a los asesinos.
Al fin y al cabo, el gran logro de Sánchez no será dar la amnistía al independentismo. Su gran logro como presidente habrás sido sin duda, someter a toda España a un proceso de anestesia general.