“Tenemos que defender la verdad a toda costa, aunque volvamos a ser solamente doce“. Esta frase de Juan Pablo II suena pertinente en los momentos en los que vivimos, donde la mentira y el adoctrinamiento ideológico por parte de la izquierda y el nacionalismo ganan terreno entre las nuevas generaciones, que parecen no comprometerse en la lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad por sí solas.
La defensa de la verdad es un pilar fundamental en la democracia liberal, no para construir un único relato válido y descartar los demás, sino para evitar caer en la manipulación pública por parte del Estado cuando este no obtiene los resultados esperados con las políticas realizadas, por ejemplo.
Con esto hablo de la ley del ‘solo sí es sí‘ de Irene Montero o la Reforma Laboral de Yolanda Díaz. Ambas leyes han traído y siguen trayendo resultados negativos a España, y lejos de aceptar la verdad, intentan convencernos de que sí funcionan a través de la manipulación de datos y discursos con palabras vacías, culpando a jueces y empresarios; poniendo en práctica la falsedad política propia de sistemas totalitarios como la Cuba de Castro, la Venezuela de Maduro o la URSS de Stalin, donde el Estado tenía y tiene el monopolio de la información, y se instauraba la mentira por encima de cualquier valor democrático y libre.
España, como mencioné anteriormente, enfrenta una doble amenaza de instaurar la mentira como “nueva verdad“. Por un lado, tenemos a los nacionalistas catalanes y vascos que configuran una historia totalmente distinta al resto de España; y por otro lado, la izquierda, al comprar el cuento nacionalista y seleccionar qué partes de la historia son buenas y malas, actúa como caballo de Troya en la destrucción del propio Estado constitucional, libre y democrático.
De aquí la importancia de preservar la defensa de la verdad, aunque seamos solamente doce, diez u ocho, por encima de cualquier amenaza que intente alterar la objetividad, la inteligibilidad y los principios de separación de poderes de Montesquieu. Solo así se podrá mantener la tolerancia en la sociedad y la dignidad del territorio. Al final, la verdad vence, no con la fuerza, sino gracias a la persuasión, a sólidos principios y al diálogo sincero que sabe mirar más allá de los intereses personales, buscando el bien común.
Con esto remarco que la verdad no tiene por qué ser el discurso de la mayoría. No basta con que el 51% de la sociedad diga algo para que esto se convierta en verdad absoluta. La verdad debe ser objetiva, inteligible y refutable. Es más que un pensamiento; es una ciencia que busca el sentido del pasado para explicarlo en el presente y mantenerlo en el futuro.
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