Feijóo quiere ser Suárez

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Hay quien afirma que la historia es cíclica. En España esta premisa es aún más cierta si cabe, y basta con que echemos la vista atrás y observemos cómo nuestro país adolece en ocasiones de las mismas polémicas y los mismos problemas de fondo de hace un siglo, o dos. Y puede que estemos a punto de vivir uno de esos déjà vues históricos, un déjà vu electoral.

El próximo 23 de julio, en pleno verano y con media España de vacaciones, se celebran elecciones generales. También un 15 de junio de 1977, a las puertas del estío, se celebraron en nuestro país comicios, concretamente los primeros de la democracia. La historia ha querido que 46 años después el escenario electoral que se presenta sea, demoscópicamente hablando, muy similar. Veamos los resultados que arrojaron las elecciones de aquel año: en la izquierda se alzó hegemónico el PSOE de González con un 29% de los votos y 118 escaños, seguido del PCE de Carrillo con el 10% y 20 escaños y el PSP de Tierno Galván (el antiguo PSOE en el interior) con el 5% y 6 escaños; en el centro-derecha ganó la UCD de Suárez con el 35% de los votos y una casi mayoría absoluta de 165 escaños, beneficiado por el sistema electoral, y a su derecha la Alianza Popular de Fraga logró el 8,21% y 16 escaños. Con el surgimiento en 2019 de VOX y la desaparición definitiva de Ciudadanos el pasado 28 de mayo el posible resultado se avecina casi calcado. Un partido de centroderecha que lidera las encuestas, un PSOE fuerte aún en la izquierda, una fuerza heredera del PCE aspirando a la tercera plaza, una formación más a la derecha que el presunto ganador de las elecciones y un pequeño partido de izquierdas que se resiste a integrarse con uno de sus hermanos mayores.

Es evidente que el 23J habrá variaciones respecto a este resultado según lo que ocurra entre Podemos y Sumar y dependiendo de si VOX mantiene un resultado similar al de 2019 o finalmente cae al entorno del 10%. Sin embargo, resalta y mucho el resultado que podría obtener un Partido Popular que hace apenas 4 años estaba en la UCI y que sobrevivió gracias a la respiración asistida que supusieron los pactos con Cs. Aunque el PP ya venía mejorando en las encuestas con Casado, primero tras el 10N y después tras la aplastante victoria de Ayuso el 4M, los 176 escaños de la absoluta se antojaban poco más que un sueño de la vieja política. La razón de que los populares de nuevo sueñen con obtener una victoria aplastante es, principalmente, el empeño de Alberto Núñez Feijóo en convertir el PP en una suerte de nueva UCD. Habiendo logrado contener a VOX tanto por la vía radical de Díaz Ayuso como por la moderada de Moreno Bonilla, Feijóo se ha lanzado a por el votante central, ese que se ubica entre el 4 y el 6 en la escala ideológica y que en 2019 votó a Sánchez por el miedo a un trifachito a la andaluza en toda España. Hoy los españoles no sólo ya no temen a VOX, sino que lo han normalizado tanto como a Podemos, IU, o cualquiera de las marcas con las que se presente la izquierda posmo. Por eso, el votante centrista, harto de los escándalos del Gobierno (el Sí es Sí, el Tito Berni, los pactos con Bildu, la reforma del Código Penal a medida de ERC y Puigdemont y una larga lista de infamias que tan bien desgranó la ya exdiputada Inés Arrimadas en uno de sus últimos servicios a España) se ha visto cautivado por un PP centrado, que no de centro.

Núñez Feijóo y su equipo son los artífices de esta expansión centrista, marcando a nivel nacional un perfil de moderación frente al odio y la crispación del Gobierno y sus socios, que se empeñan en comparar a un señor gris como Feijóo con un personaje como Trump. La paradoja precisamente consiste en que quien, como hizo Donald Trump, está diciendo que va a ser detenido, que los medios y los poderes fácticos quieren derrocarlo, es el propio Pedro Sánchez. El sanchismo es el trumpismo a la española, es el modus operandi de una coalición que azuza el miedo a Orban, Morawiecki, Bolsonaro y Le Pen y a la vez se comporta con las miasmas formas matonas. Ahora le echan en cara al líder del PP que no habla inglés. Desde luego es más que conveniente que el jefe de Gobierno sepa comunicarse en la lengua franca del mundo occidental, pero no hay que olvidar que, como la mayor parte de la población española, tampoco Adolfo Suárez hablaba inglés. Ni González. Ni Aznar. Ni Zapatero. Ni, por supuesto, Rajoy.

Pero las elecciones no se ganan con radicalidad, se ganan desde el centro del tablero. Por eso Feijóo insiste tan tozudamente en absorber todo lo que pueda de los restos de Cs. Si Casado solo quería los votos, Feijóo parece insistir en querer llevarse todo el “talento” aún cuando el partido ya ha renunciado a presentarse a las elecciones generales. La escenificación del programa regeneracionista en el Oratorio de San Felipe Neri en Cádiz, cuna de la Constitución liberal de 1812, el relanzamiento del think tank del PP y su cambio de nombre de Fundación Concordia y Libertad a Reformismo21, el fichaje para esa fundación de personalidades de la sociedad civil y, especialmente, el ex líder económico de Cs Luis Garicano… Un largo etcétera de acciones que no sólo parecen encaminadas a atraer al votante de centro y centroizquierda, sino a realmente aplicar un programa similar al que un día defendió Rivera en 2015. Por supuesto este PP se queda lejos de ser tan ambicioso como lo fue Ciudadanos en su día, sobre todo en materia de libertades civiles, pero el intento está ahí. Habrá que ver en qué queda.

Por eso, el éxito del Presidente gallego consiste en haber logrado el equilibrio entre el PP casadista, más duro en el discurso, incluso radical, que da la batalla cultural contra la izquierda y que está representado en la figura de Díaz Ayuso (y la posible repesca de Cayetana Álvarez de Toledo), y el PP sorayista, moderado, tecnócrata, afable y descafeinado que sigue el ejemplo de Juanma Moreno. Pero Feijóo va más allá de los equilibrios internos y parece querer convertir el PP en algo así como la nueva UCD, una amalgama de socialdemócratas, liberales y democristianos, de corte autonomista y connivente con los postulados nacionalistas (ahí tenemos el hecho diferencial catalán, la plurinacionalidad, etc). Esa UCD que en 1977 obtuvo un 35% de los votos y 165 escaños. En definitiva, Feijóo no es Suárez, no es aquel líder carismático que trajo la democracia a España. Por llegar, no llega ni al intelectual Calvo-Sotelo. Feijóo no es Suárez, pero quiere serlo. Veremos hasta dónde llega.

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