Pablo García Bengoechea, Instituto de Ciencias de Patrimonio (Incipit -CSIC)
Perú es un país donde el turismo ha crecido mucho en los últimos treinta años. Los gobiernos han visto en el sector una fuente de ingresos muy importante y han apostado por atraer visitantes de todo el mundo. Para eso han recurrido al potencial turístico de las culturas prehispánicas y de sus descendientes, las poblaciones indígenas actuales.
La ciudad de Cuzco y sus alrededores son lo más visitado del país. Cuzco fue la capital del gran imperio inca antes de la llegada de los españoles en el siglo XV y las principales ruinas incas se concentran allí.
La propaganda oficial sostiene que el turismo es un gran aliado de los pueblos indígenas para conservar sus culturas. Pero ¿es esto cierto? ¿O, por el contrario, tiene más efectos negativos que positivos? ¿Cuáles son las consecuencias de patrimonializar expresiones y propiedad cultural indígena en el país con fines turísticos?
Las poblaciones indígenas
El turismo en Perú explota la idea de la diferencia cultural para atraer visitantes, tanto internacionales como nacionales. Aunque el Estado se encarga de difundir la imagen del país en el exterior, a nivel interno el turismo está en manos del sector privado.
La promoción del turismo desde el Estado se ha vinculado a la idea de desarrollo, especialmente para las llamadas poblaciones vulnerables. Entre estas se cuentan los pueblos indígenas, económicamente desfavorecidos en el contexto nacional. Para estos pueblos, el turismo se ha presentado como la panacea a sus problemas. Se les ha dicho que es una industria limpia y una gran oportunidad a todos los niveles.
Los beneficios que se le atribuyen son sobre todo dos: la generación de ingresos para la comunidades y la preservación de prácticas culturales y del legado prehispánico en territorio indígena. Ambas afirmaciones son discutibles.
Muchas comunidades locales han abrazado el turismo como una bendición. Son comunidades tradicionalmente agrícolas y ganaderas, actividades apenas rentables hoy en día. La economía peruana depende de exportar materias primas a otros países. Lo que más se exporta son minerales, petróleo y gas. Esto la hace vulnerable a las fluctuaciones de los precios en los mercados internacionales.
El turista internacional no viaja a Perú en busca de materias primas. Pero sí viaja en busca de tradiciones exóticas y naturaleza espectacular que no tiene en su país. En vez de minerales y petróleo, lo que consume son culturas indígenas. Pero, al igual que la exportación, el turismo es vulnerable a las crisis internacionales, como demostró la pandemia. Por esta razón se lo critica, por crear economías dependientes.
Valorar la cultura indígena
¿Qué significa para los pueblos indígenas la comercialización y puesta en valor de sus culturas? Para algunos críticos, supone una pérdida de autenticidad y una especie de prostitución.
Una perspectiva diferente, que comparto, rechaza la idea de autenticidad cultural. Por el contrario, defiende que lo que los turistas consumen son productos especialmente fabricados para ellos.
No creo que las comunidades se preocupen demasiado por estas discusiones. Les interesa más el beneficio económico del turismo. Mientras éste responda a sus expectativas, poner en valor sus culturas no es un problema.
Pero lo contrario –vender la cultura sin generar ingreso sustancial– sí lo es. Este es un punto crítico pues, en general, la mayor parte de los ingresos que genera el turismo no se quedan en las comunidades.
Al estar en manos de agencias privadas, algunas de ellas transnacionales, el grueso del dinero escapa del país. ¿Y a dónde va a parar? A los países, normalmente extranjeros, donde esas agencias tienen su matriz.
Otro de los efectos negativos del turismo es que no pocas veces provoca conflicto y división interna en las comunidades. No es que antes no existieran problemas, pero el turismo tiende a agravar estas fracturas.
Un problema añadido es la basura que genera cierto tipo de turismo, especialmente el más masivo o desregulado. En los últimos años, y para aliviar estos impactos, se ha potenciado el llamado turismo comunitario, rural o ecoturismo.
Aquí, las experiencias pueden ser muy distintas, algunas mejores y otras peores. Pero en general los resultados han estado por debajo de lo esperado. A las comunidades que combinan el turismo con otras actividades económicas les va mejor en general que a las que solo viven del turismo.
Cuando son las ruinas prehispánicas las que se destacan, la problemática implica el control sobre estos lugares y su explotación. La transformación de muchas ruinas en “sitios arqueológicos” patrimoniales ha significado a menudo su separación de las comunidades.
No se trata solo de que el control haya pasado a manos del Estado, incluida la redistribución de los ingresos turísticos. Es también que los usos tradicionales –agrícolas y ceremoniales– de las ruinas han sido limitados o prohibidos. Y todo ello –y esto es lo grave– bajo el pretexto de su conservación para el turismo. En este caso, conservar la cultura va contra la protección de la Cultura con mayúsculas.
Pablo García Bengoechea, Investigador-Antropología social, Instituto de Ciencias de Patrimonio (Incipit -CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.