Armenia-Azarbaiyán: una guerra intermitente como modo de vida

Antonio Alonso Marcos, Universidad CEU San Pablo

Los choques en los territorios fronterizos entre Armenia y Azerbaiyán en el entorno de Nagorno Karabaj han vuelto a repetirse en los últimos meses, con más de 200 soldados armenios muertos, además de multitud de heridos, desplazados y la consiguiente destrucción material.

El resultado de esta guerra intermitente ha ido inclinándose a un lado o a otro de la balanza según el momento en el que nos encontrásemos. Así, en los años 80 Armenia fue la gran ganadora, pues se anexionó el territorio del Alto Karabaj, pasando a quedar integrada la llamada República de Artsaj dentro del territorio armenio.

Entonces la superioridad armenia fue aplastante y los soldados lo demostraron con cierta crueldad. Ahora las tornas han cambiado y son los azeríes, con indudable apoyo turco, quienes demuestran su superioridad sobre el terreno torturando prisioneros, vejando a civiles, mutilando gente, destruyendo iglesias centenarias, publicando en redes sociales sus fechorías.

Mapa que muestra la ubicación de los enfrentamientos en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán en 2022. Wikimedia Commons / Viewsridge, CC BY-SA

Sin lugar a dudas, el conflicto por el Nagorno Karabaj es un caso típico de conflicto “congelado”. Joseph Stalin organizó el vasto territorio de la URSS siguiendo un patrón para sembrar división dentro del mismo país y evitar así que surgiese un movimiento nacionalista que reclamara la independencia de una república soviética frente a Moscú, como en efecto pasó en los tiempos de la perestroika y la glasnost del ya difunto Gorbachov.

Desde 1991, estos conflictos en ciertas regiones –Nagorno Karabaj, Osetia del Sur, Transnistria– aparecen y desaparecen a conveniencia de los intereses de Rusia, que los usa para demostrar que aún es un actor imprescindible para mantener su antiguo territorio estable y pacificado.

Situación estable hasta 2020

La situación en Nagorno Karabaj ha estado más o menos estable –sin enfrentamientos abiertos a gran escala, aunque con víctimas mortales prácticamente cada año– hasta 2020, cuando Azerbaiyán decidió lanzarse a recuperar el territorio que había perdido, humillado, 25 años atrás. Gracias al armamento turco, los azeríes aplastaron sin mucha dificultad al ejército armenio.

Por otro lado, Armenia sufre las consecuencias de su inestabilidad política, pues en los últimos años ha cambiado de gobierno varias veces al calor de revueltas populares incruentas, siguiendo el modelo de las revoluciones de colores.

Moscú acusa a Occidente –más concretamente a Washington– de estar detrás de estas revueltas en los países de la antigua órbita soviética, como fue la Revolución de la Rosa en Georgia (2003) y la Revolución Naranja en Ucrania (2004), modelo replicado en la denominada Primavera Árabe, a partir de 2011.

Según el Kremlin, algunos países occidentales financian fundaciones y ONG para difundir en sus antiguos dominios los valores democráticos y del liberalismo y para que agiten sus calles para derrocar regímenes afines a Moscú y establecer gobiernos prooccidentales. La guerra de Osetia del Sur (2008) y la ocupación de Crimea (2014) fueron el definitivo golpe sobre la mesa por parte de Rusia para poner de manifiesto que hay ciertas líneas que no se pueden traspasar.

Protestas de la diáspora armenia en Nueva York en relación con los enfrentamientos fronterizos entre Armenia y Azerbaiyán que comenzaron el 13 de septiembre de 2022. Wikimedia Commons / Voice of America

¿Por qué Armenia pide auxilio a EE.UU?

Precisamente, lo más llamativo del último episodio de esta guerra intermitente es el cambio de alianzas que ha habido. Aunque los ciudadanos armenios son conscientes de que la existencia de su pequeño país –que fue grande y glorioso en el pasado– depende en gran medida de la voluntad de Rusia de defenderles, Armenia ha vuelto sus ojos a EE. UU. para pedir auxilio. Esto se debe a dos factores:

En primer lugar, porque la protección rusa se ha mostrado no muy eficaz en estos dos últimos años. Aunque Armenia forma parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) dirigida por Moscú y Azerbaiyán no, Rusia no ha intervenido enérgicamente sino que se ha limitado a ofrecer sus buenos oficios como mediador para rebajar la tensión y alcanzar por vía pacífica un alto el fuego y unos acuerdos de paz que han supuesto una claudicación –y humillación– en toda regla para la parte armenia.

“El enemigo ocupó 40 kilómetros cuadrados de tierras armenias el pasado mayo y 10 más ahora”, reconoció recientemente un resignado Nikol Pashinián, presidente del Gobierno de Armenia. ¿Tendría Rusia que haber mandado tropas a combatir y no solo como fuerzas de mantenimiento de la paz? ¿Ha hecho bien Moscú en apostar por la vía diplomática más que por la de las armas? ¿Lo ha hecho por respeto al derecho internacional o para no dañar los negocios de su aliado turco, protector de Azerbaiyán?

En segundo lugar, Pashinián es consciente de las esperanzas puestas por Washington en este pequeño país, a modo de cuña entre tres países más que interesantes desde el punto de vista de EE. UU.: Rusia, Irán y Turquía.

Nancy Pelosi visitó el país a mediados de septiembre para mostrar su apoyo a Armenia, más concretamente para “resaltar el fuerte compromiso de Estados Unidos con la seguridad, la prosperidad económica y la gobernanza democrática en Armenia y la región”.

Turquía ha estrechado lazos comerciales con Azerbaiyán y tiene proyectos de infraestructuras para comunicar ambos países, siendo su único obstáculo Armenia; con los últimos ataques, quedaría vía libre para su Victory Road, que uniría las ciudades azeríes de Hajigabul-Minjivan-Zangazur a través de la ciudad de Susha (en territorio de Nagorno Karabaj).

Antonio Alonso Marcos, Profesor Adjunto Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales Departamento de Humanidades, Universidad CEU San Pablo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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