El 31 de agosto de 1302, aunque algunas fuentes datan el acuerdo el 19 de agosto de 1302, un pacto de paz fue firmado cerca de la ciudad siciliana de Caltabellotta. Este acuerdo, conocido como la Paz de Caltabellotta, puso fin a la prolongada Guerra de las Vísperas Sicilianas. Los involucrados en la negociación fueron Federico II de Sicilia por un lado, y Carlos II de Nápoles junto con Carlos de Valois por otro.
Para entender el contexto de este trascendental acuerdo, es fundamental remontarnos al año 1295, cuando el Papa Bonifacio VIII declaró la Paz de Anagni, cerrando así el capítulo de las hostilidades conocidas como la Guerra de las Vísperas Sicilianas entre la Corona de Aragón y el Reino de Nápoles. Este último había emergido tras la escisión del Reino de Sicilia. Sin embargo, en 1302, Carlos de Valois intervino en Sicilia con un contingente de cuatro mil caballeros financiados por el Papa, en apoyo a Carlos II de Anjou contra Federico II de Sicilia.
La nobleza siciliana recordó la benevolencia mostrada anteriormente por Pedro el Grande hacia Carlos de Valois y su familia, lo que influyó en la voluntad de poner fin al conflicto. Aunque Carlos de Valois aceptó luchar con cierta reluctancia, propuso una tregua y la firma de la Paz de Caltabellotta. En ese momento, las relaciones entre la Casa de Anjou y el Papa Bonifacio VIII ya habían sufrido desavenencias, y los angevinos decidieron entablar la paz con sus adversarios, los reyes de la Corona de Aragón.
De acuerdo con los términos de la Paz de Caltabellotta, Carlos II de Anjou temporalmente renunciaba a su soberanía sobre la isla de Sicilia. En consecuencia, Federico II de Sicilia fue confirmado como rey de la isla, pero ostentando el título de “rey de Trinacria“. Por su parte, Carlos II de Anjou mantenía el título oficial de “rey de Sicilia“, pero su soberanía se limitaba a Nápoles.
En virtud de este pacto, Carlos II de Anjou se comprometía a pagar cien mil onzas de oro a Federico II de Sicilia y a gestionar la investidura de este último como rey de Jerusalén (Chipre), o alternativamente como rey de Cerdeña, ante el Papa Bonifacio VIII. Como contrapartida, Federico II de Sicilia devolvía los territorios conquistados en Calabria y la porción peninsular del Reino de Sicilia (Nápoles) a Carlos II de Anjou.
Las consecuencias del tratado fueron sustanciales. Puso fin a la Guerra de Sicilia y estableció una paz duradera entre la Casa de Aragón y la Casa de Anjou. El Reino de Sicilia quedó dividido, con los reyes de la isla de Sicilia asumiendo el título de “Reyes de Trinacria“, mientras que los monarcas del territorio napolitano conservaron el título de “reyes de Sicilia“. A pesar de las reticencias iniciales del Papa Bonifacio VIII, finalmente ratificó el tratado en 1303.