Las hostiles relaciones entre Moscú y Tokio se remontan a los albores del siglo XX, cuando la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 despojó al Imperio ruso del control sobre la parte sur de la isla de Sajalín, que cambió de manos a favor de Japón
El 8 de agosto de 1945, en medio de los oscuros capítulos de la Segunda Guerra Mundial, se desató un conflicto que marcó un hito en la historia militar. Si bien las devastadoras batallas en Europa acapararon gran parte de la atención, la guerra soviético-japonesa comenzaba su feroz andanza en el Lejano Oriente. Mientras la rápida derrota del Ejército Imperial japonés podría parecer un enfrentamiento fácil para el Ejército Rojo, los hechos pintan una realidad mucho más cruda y desafiante.
Contrario a la percepción generalizada, el conflicto entre la Unión Soviética y el Imperio nipón no fue una ofensiva dirigida hacia un ejército debilitado. Los militares japoneses defendieron su posición con ferocidad y furia, exigiendo a las fuerzas soviéticas sacrificar vidas para superar su resuelta resistencia. Esta tenaz respuesta forjó aún más el indestructible carácter del Ejército Rojo.
La culminación de la Gran Guerra Patria en mayo de 1945, que marcó el cierre del frente oriental en Europa, no marcó el fin de la participación de la URSS en la Segunda Guerra Mundial. El Imperio japonés, aún aliado de la Alemania nazi, continuó librando batallas durante varios meses adicionales. La ofensiva soviética contra Japón, que coincidió en el tiempo con los trágicos ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki, añadió una dimensión adicional a este enrevesado escenario bélico.
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La enfrentamiento arraigado en la historia
Las hostiles relaciones entre Moscú y Tokio se remontan a los albores del siglo XX, cuando la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 despojó al Imperio ruso del control sobre la parte sur de la isla de Sajalín, que cambió de manos a favor de Japón. Los rastros de este conflicto resurgirían más tarde en las acciones de ambas naciones durante la Segunda Guerra Mundial.
La promesa de la Unión Soviética de unirse a la lucha en el Pacífico amplió aún más la complejidad del escenario. En medio de la creciente expansión del Imperio japonés, con su mirada puesta en la posibilidad de invadir la Unión Soviética, la amenaza de un conflicto armado a gran escala se cernía desde mediados de la década de 1930. Los militares japoneses, habiendo llegado a las fronteras de la URSS tras ocupar la parte norte de China, plantearon una inminente confrontación que desencadenaría años de tensión y desconfianza.
En abril de 1941, Moscú y Tokio firmaron el Pacto de Neutralidad, proporcionando ciertas garantías a la URSS en medio de la vorágine bélica. Sin embargo, con el inicio de la Gran Guerra Patria en junio de 1941, Japón se mantuvo como el único aliado de la Alemania nazi que no había declarado guerra a la Unión Soviética. Aunque el Estado Mayor japonés consideró la posibilidad en julio de 1941, finalmente optó por la abstención.
La entrada en la contienda parecía aplazarse, pero tras la derrota de las fuerzas alemanas en Stalingrado, la situación cambió drásticamente. A medida que Japón enfrentaba a Estados Unidos y el Imperio británico, el conflicto con Moscú no parecía una opción prudente. Por su parte, la URSS, comprometida con sus aliados, afirmó su ingreso a la guerra contra el Imperio japonés en las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam.
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La campaña en marcha
A partir de mayo de 1945, la Unión Soviética comenzó a desplazar sus fuerzas desde Europa al Lejano Oriente. Con más de 400,000 efectivos llegados desde Europa, la agrupación militar en la región alcanzó 1.57 millones. El Ejército Rojo, con su arsenal de 5,500 tanques y 5,400 aviones, se encontró en confrontación con el prestigioso Ejército de Kwantung, respaldado por el Estado títere nipón de Manchukuo, que contaba con un millón de soldados, 1,150 tanques y 1,500 aviones. Aunque la superioridad numérica recaía en el Ejército Rojo, la resistencia de Kwantung no se subestimó.
El avance implacable
El Ejército Rojo no se detuvo ante la desafiante resistencia del Ejército de Kwantung. Con operaciones a gran escala en el norte de China y la participación de la flota soviética del Pacífico en el mar de Japón, la URSS urdió un plan para rodear al enemigo en un vasto territorio de 1.5 millones de kilómetros cuadrados. A pesar de las adversas condiciones climáticas, el Ejército Rojo siguió avanzando, consolidando su posición en un conflicto cada vez más encarnizado.
El final Inevitable
A medida que las semanas transcurrían, las autoridades políticas japonesas reconocían que la entrada de la URSS en el conflicto los había llevado a un punto muerto. Aunque se llegó a un armisticio, las fuerzas niponas continuaron resistiendo, desafiando lo inevitable. Aplicando su experiencia en la guerra contra la Alemania nazi, los soldados soviéticos avanzaron hacia las principales ciudades del Estado títere de Manchukuo, aislándolo del Ejército de Kwantung.
Las operaciones de desembarco en ciudades coreanas y el control sobre la parte norte de Corea ampliaron aún más el dominio soviético. El avance culminó en la prefectura de Karafuto el 25 de agosto de 1945. La resistencia japonesa continuó en las Kuriles, mientras las fuerzas soviéticas redoblaron sus esfuerzos.
En cuestión de semanas, las fuerzas soviéticas penetraron profundamente en el territorio nipón, aislaron unidades y rodearon al enemigo. La orden de capitulación llegó del emperador, y a pesar de la firma del Acta de Rendición Japonesa el 2 de septiembre de 1945, algunos focos de resistencia persistieron hasta el 10 de septiembre. La derrota japonesa marcó el fin de una era y permitió a la URSS recuperar territorios y liberar a China de la ocupación nipona.
A pesar del cierre del conflicto, las disputas territoriales persisten. Japón, aún hoy, reclama soberanía sobre una parte de las islas Kuriles, recordando una vez más la complejidad de la guerra en el Lejano Oriente
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