De Ciudadanos, en las duras y en las maduras

Allá por 2006, yo contaba con sólo 25 añitos, pero seguí con mucho interés el hecho de que un grupo de intelectuales se uniera para lanzar un partido constitucionalista en Cataluña. En aquel entonces, me parecía una apuesta valiente, que venía a poner un poco de sal a la insulsa sopa de partidos tradicionales en el panorama político español. Debo confesar que incluso envié un correo electrónico para apoyar en temas de encuestas si era necesario, recibiendo una respuesta muy cortés donde se me explicaba que las prioridades eran otras. No voy a decir que fue un flechazo, pero sí que este nuevo partido se había ganado mi simpatía.

Desde esa simpatía, seguí los tiempos de zozobra, la expansión nacional, la entrada en los primeros parlamentos autonómicos o los primeros alcaldes y concejales. Recuerdo como momentos muy felices la responsabilidad de no querer entrar en gobiernos con los primeros representantes autonómicos (por fin alguien que no quería el poder a toda costa), el ganar las elecciones en Cataluña (grande Inés Arrimadas), la gran lista electoral para las europeas y el excelente resultado de las primeras elecciones de 2019 (nunca España estuvo tan cerca de entrar en una vía de reformas).

Hasta ese momento, simpatizaba con un partido que hacía auténticas proezas frente al bipartidismo y que demostraba que era posible hacer política de otra manera. Veía, asombrado, los toros desde la barrera y, la verdad, disfrutaba de la faena.

Sin embargo, las cosas se empezaron a torcer y llegó el mal resultado de las segundas elecciones de 2019. En ese momento, la simpatía comenzó a convertirse en cierto compromiso. A diez mil kilómetros de distancia de España, no me podía creer que un partido con las mejores propuestas para el país al que algún día quería retornar estuviera recibiendo un castigo tan grande.

En las elecciones catalanas de 2021 ya mi simpatía se había transformado en una tímida militancia en redes sociales. Los resultados no fueron los esperados, pero sabía que había todavía mucha gente buena en el proyecto y me empecé e interesar más en conocer sobre el partido. Luego, llegó lo de Murcia y lo de Madrid.

Confieso que cuando me enteré de la moción de Murcia, estaba en cama por el COVID y no entendía muy bien lo que ocurría. Luego, tampoco me enteré muy bien de lo que había pasado en Madrid. El caso es que, cuando me recuperé, empecé a ver una campaña brutal contra Ciudadanos: veletas, traidores, van a desaparecer, todas las encuestas les dan fuera, van a pagar lo que han hecho… En ese momento, mi compromiso aumentó y di un paso más, hacia la militancia. No me podía creer la manipulación mediática de lo ocurrido y el acoso y derribo hacia un partido honesto, que había obrado rectamente, quizás con ciertos errores de forma.

Sobre todo, me impresionaba el uso de las encuestas para incidir en el voto y la redacción descarada de los análisis de las mismas, que destilaba cierta alegría por ver que el partido estaba sufriendo. Dediqué muchas horas a escribir en redes sociales, sin disimular mi asombro por cómo el populismo de Ayuso, con el viento a favor de los medios, funcionaba como una máquina bien engrasada.

Luego, llegó Castilla y León. Todavía a miles de kilómetros de España me parecía una traición de libro de Mañueco y jugando, además, de aprendiz de brujo con VOX. En esta ocasión, Francisco Igea sí logró resistir y hoy, él solito, es el líder de la oposición en Castilla y León. En esta campaña, me impliqué un poco más, abriendo un humilde canal de youtube y animando a los equipos, sobre todo de jóvenes, que se dejaron el alma en la campaña.

A finales de abril, aprovechando un viaje a España, decidí afiliarme de manera formal. Justo ese día, aproveché para pasar por la sede y había reunión del Comité Permanente. Saludé a Daniel Pérez, Marina Bravo, David Martínez, Daniel de la Rosa, Edmundo Bal y, por supuesto, a Inés Arrimadas (me hice una foto con ella, que guardo con mucho cariño). Desde el primer saludo a cada uno de ellos, me sentí como en casa y pude ver en todos ellos a gente honesta, sincera y trabajadora. Edmundo me invitó a conocer el Congreso, algo que disfruté mucho y les dejé a todos un mensaje: por favor, sigan trabajando por la España a la que quiero regresar, ojalá más pronto que tarde. Y a eso veo que se dedica realmente el partido desde sus orígenes, a pelear por un país mejor para todos.

En las elecciones de Andalucía, ya como afiliado, debo reconocer que fui de los que creyeron las encuestas que nos daban entre uno y cuatro representantes y que tardé en asimilar los malos resultados. No me podía explicar que el pueblo soberano castigara con tanta dureza al partido que logró cambiar Andalucía en apenas cuatro años. Puedo conocer mucho más de cerca a las personas que iban en las listas y a los afiliados que trabajaron en la campaña, por lo que el golpe fue más duro si cabe.

Rápidamente, llegó el anuncio de la refundación, a través de un proceso de renovación profunda. Creo que ningún partido ha afrontado sus problemas con tanta claridad y valentía, así que aquí sigo, arrimando el hombro en todo lo que puedo y deseando que comiencen los grupos de trabajo.

En todo este proceso, creo que los estándares éticos y políticos de Ciudadanos han estado muy por encima de los del resto de los partidos. Seguro, con muchos errores, pero creo que con muchísimos más aciertos. Seguro, con algunas manzanas podridas, pero con una legión de gente leal, honesta y trabajadora, que de verdad se dedica al servicio público. Por eso, toda esta historia personal (que seguro no es muy relevante al lado de la de otras muchas de personas que, literalmente, dan todo por las ideas liberales) me lleva a finalizar diciendo que soy de Ciudadanos, en las duras y en las maduras.

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