Si Sánchez consideró en algún momento estas elecciones como un plebiscito, puede estar orgulloso, pues no solo ha mejorado sus anteriores resultados y derrotado a las expectativas, sino que ha logrado detener la sangría de votos del PSOE y la izquierda, que demostró una acusada fatiga de materiales el 28 de mayo. De un claro dominio socialista a que el mapa se tiñera de azul. La Comunidad Valenciana, La Rioja, Baleares, Extremadura, Canarias, Aragón se vieron arrasadas por lo que el otrora presidente de la DGA, Javier Lambán, calificó de ‘tsunami’. María Chivite, Adrián Barbón y Emiliano García-Page fueron los únicos supervivientes, y de estos sólo el barón castellanomanchego, el más crítico con el denominado ‘sanchismo’, puede presumir de conservar la única mayoría absoluta de la rosa y el puño en todo el plano autonómico.
Pese a que tenemos un claro conocimiento de la idea que tienen el señor Puigdemont y sus congéneres sobre aquellos que no tienen su acento—recordemos, se refería a los catalanes no afines a su causa como ‘colonos’, mejor no imaginemos lo que dirá sobre el resto de españoles—, debemos agradecerle, por una vez, su discurso cristalino y libre de juegos de palabras. Estamos ante el siguiente dilema, según el expresident: o repetición electoral, o negociar con una formación que reconoce la legitimidad del 1 de octubre y jamás renunciará a la vía unilateral como recurso para hacer valer los derechos del pueblo catalán que, como bien sabemos, decidió brindarle únicamente el 11% del voto a la formación del emancipado en la República de su morada en el histórico Waterloo. Ante el peor resultado de la historia del espacio de Convergència—aunque les moleste ser relacionados con el partido más corrupto de la historia de Cataluña— y del independentismo en su conjunto desde que dio arranque el procés, sube la puja en la subasta de la presidencia del gobierno de España.
El indulto era insuficiente, por lo que ahora Sánchez, si desea conservar el solio monclovita, debe bordear peligrosamente la Carta Magna, Conde-Pumpido mediante, para tramitar una de las mayores quiebras del Estado de derecho que hemos vivido en nuestra aún joven democracia, la amnistía. Quiebra del poder judicial, pues eliminará de un plumazo la sentencia de los líderes del 1-O, condenados por sedición, malversación y desobediencia; quiebra de las funciones ejecutivo-legislativas, pues supeditará el Consejo de Ministros a un fugado sin representación ni poder orgánico de iure; y, por supuesto, una quiebra social, al ahondar aun más en la brecha entre regiones, entre ciudadanos.
Como buen español, peco de un pesimismo que nos asola desde tiempos de Olivares y Palafox, lo que no me impedía albergar en mi alma la mínima esperanza de que, de la composición de las Cortes tras la jornada de julio aflorara la negativa a ceder ante los desmanes de un corrupto que enarbola la bandera de la segregación, que nombró sucesor a un xenófobo que dedicaba sus tiempos de articulista a investigar la ‘tara genética’ que sufrimos los que no hemos tenido el honor de pasear por las libres calles de Vic. No obstante, el pesimismo es, en ocasiones, resignación a la realidad: la investidura está más cerca que nunca, y el precio que pagará no el Gobierno, sino la ciudadanía que busca el amparo del Estado de derecho es cada vez más alto.
Maldita seas, hemeroteca, lamentarán los pocos parlamentarios socialistas que conserven un mínimo sentido de la vergüenza. El propio presidente, el sr. Sánchez, a través de la red social Twitter, ahora X culpaba al indultado—el sr. Junqueras— y al amnistiable de ser “los principales responsables de la fractura y el desgarro de la sociedad catalana” (27/10/2017), insensatos de nosotros, que creíamos que no era otro que el PP. Ese amnistiable, si representa algo, es “una de las peores hojas de la historia de Cataluña y ya va siendo hora de pasar página” (20/01/2018). Y es que, como decía aquel que quería pasar a la historia—ya lo está haciendo, presidente, no se preocupe— no dudó en declarar que “Nadie está por encima de la ley. Puigdemont es un prófugo de la Justicia […]” (06/11/2019). Esperemos que, entonces, sea tratado como lo que es, y no regrese a España con una lustrosa alfombra estelada en El Prat. La amnistía no cabe, la amnistía es el olvido, recalcó el señor Campo, ayer ministro de Justicia y hoy magistrado del Tribunal Constitucional. Ojalá su criterio no haya cambiado cuando el gobierno se disponga a bordear los límites de la legalidad, a menos que tal determinación escondiese una clara cesión a la autodeterminación.
Hoy, el PSOE reniega de su vieja guardia, la que logró convertir movilización en movimiento, ilusión en alternativa de gobierno, con las consecuencias que ello entrama, positivas y negativas. Estos históricos dirigentes, hoy vilipendiados por insolentes diputados que les afean no entender la sociedad actual y los retos que enfrentamos, no hacen más que mantener la línea que su secretario general esgrimió ante el desafío secesionista, y que no debió abandonar jamás. Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Ramón Jáuregui, Nicolás Redondo, Jordi Sevilla, ¿cuántos socialistas deben manifestar su inquietud ante los volantazos de Ferraz para que uno solo de la dirección actual intente ponerle freno? En este escenario, la ruptura parecería inminente, lo que debemos preguntarnos es quién tendrá la osadía de ‘matar’ al PSOE. Nadie, me temo, pues incluso críticos como Lambán o García-Page no han dejado de operar como una disidencia controlada. Y, ya que en estas líneas hemos desmenuzado una pequeña parte de la hemeroteca del PSOE, y especialmente de su Secretario General, sería conveniente acabar la faena con estas declaraciones de Susana Díaz durante las primarias celebradas en 2017: “[…] tu problema no soy yo, Pedro, tu problema eres tú”.