“El centro es la nada, y somos liberales.” El pasado 23 de septiembre, durante el debate de candidatos a la Coordinación Nacional de Jóvenes de Ciudadanos, Carlos Sánchez de la Flor comenzaba así a exponer sus planteamientos ideológicos. Sin embargo, cuando desarrollaba sus ideas no podía hacerlo en contraposición a la “derecha cada vez más rancia” y a “la izquierda cada vez más intrusiva”, de hecho en posteriores ocasiones se refería al espacio de centro-liberal como el que le era propio a su formación. Quizás por los nervios, o quizás porque tan sólo repetía una idea que ya se había escuchado en las entrañas del partido naranja, no se dio cuenta de estas constantes imprecisiones. El caso es que Carlos, junto con su equipo, triunfó en aquellas elecciones y ya ha conformado la mayoría de estructuras orgánicas, por lo que puede ser buen momento para reflexionar acerca de cómo los liberales pueden volver a estructurar una narrativa atractiva y qué espacio deben ocupar.
El clivaje izquierda-derecha, como ya explicó Mair, sólo es una metáfora que sirve para simplificar el universo político y crear relaciones de proximidad entre cada individuo, los conflictos políticos con los que convive y otros actores, como los políticos y los partidos. A través de estas etiquetas, los electores pueden resumir sus preferencias políticas y dorarse de cierta identidad ideológica. La opinión mayoritaria viene repitiendo la idea de Norberto Bobbio cuando diagnosticó que el tema sobre el que pivota esta competición es la cuestión de la igualdad. Quienes se sitúen en la izquierda harían bandera del igualitarismo. Al indignarse frente a las desigualdades pretende hacer uso de las estructuras estatales para erradicarlas. Quienes se sitúen en la derecha afirmarán que estas desigualdades son naturales, y que con sus acciones se está atacando la libertad natural de los individuos. De esta forma simplificada (los conceptos evolucionan con el tiempo y cada ciudadano puede incorporar connotaciones distintas atendiendo a la importancia que de él personalmente a los temas que se discuten en la agenda) podemos enunciar que este modelo plantea los principios de libertad e igualdad como antitéticos.
Este modelo que permite entender el mundo se basa en una estructura de pensamiento binario. Esta forma de construcción en diadas representa un patrón antiguo de percepción y pensamiento tan reconfortante para nuestro cerebro que ha condicionado la propia evolución de nuestro lenguaje: Luz y oscuridad, Bien y mal, Arriba o abajo, son solo algunos ejemplos. que demostrarían la tendencia de los seres humanos hacia un dualismo psíquico. Ahora bien, no estamos condenados a entender la política de esta forma. Porque, en el fondo, como explica Arias Maldonado, conocemos que ambos adalides del bien común caen, a menudo, en la pulsión totalitaria que tienta a quienes se creen traductores absolutos de una voluntad soberana del pueblo, y debilitando los contrapesos liberales del sistema democrático.
Afortunadamente, no somos niños. Podemos usar el pensamiento lateral, y encontrar la síntesis que se esconde entre los gritos. El centro existe. En un modelo visual de competición política, se puede definir como aquel espacio político que considera que ambos conceptos (libertad e igualdad) son necesarios para garantizar la paz y el progreso de una sociedad. Esta es la vía intermedia que tanto le gusta al Cardenal Brannox en la aclamada serie de Sorrentino, aquella que consigue acometer las reformas estructurales necesarias para hacer de un cambio necesario, un cambio sostenible y sin tensionar el orden institucional. A mí entender, la ideología que mejor responde a este espacio es el liberalismo, particularmente (la teoría liberal no tiene un único texto fundacional, como otras ideologías) el liberalismo progresista, también llamado socio-liberalismo o liberalismo radical.
A partir de estos mimbres intuyo que se puede construir un relato atractivo si diagnosticamos correctamente en qué contexto nos encontramos. Y es que, tal y como proclama Ferrán Gallego, “europa se enfrenta a una crisis cultural”. Tanto él como Fukuyama parecen coincidir en que el espectro en esta década del s. XXI parece estar desplazándose a la cuestión identitaria. Por ello, es necesario volver a revisar nuestros conceptos ideológicos para desarrollar un relato atractivo que proteja las sociedades abiertas donde impera la hegemonía liberal y democrática, frente a las acometidas del nacionalismo y del populismo. Veremos si este grupo de jóvenes, que ya lidera Carlos, puede hacerlo.