Arturo H. Ariño, Universidad de Navarra
Si los países firmantes de los Acuerdos de París de 2015 fueran estudiantes, verían este 30 de noviembre con ansiedad. En la Conferencia de las Partes (COP) 28 de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC) que se celebra en Dubái deberán mostrarse los resultados de la evaluación a la que han sido sometidos por primera vez al cabo de un curso de cinco años, bajo unas reglas consensuadas en la COP24 de Katowice. De la nota que saquen dependerá que miremos al futuro con esperanza o sólo con expectativa.
París estableció básicamente tres asignaturas: finanzas, tecnología y capacidad.
La primera se incluye en el Artículo 9 de los Acuerdos con la obligación de los países desarrollados de financiar el desarrollo en países más vulnerables. Para evaluar esta financiación bastaría compilar un inventario de lo hecho por y en cada país.
Se han anunciado ya compromisos que se presentarán en Dubái. Por ejemplo, el de la UE, que promete contribuir con cientos de millones de euros al año. ¿Se habrán destinado suficientes recursos, o la evaluación se basará en compromisos y promesas de cumplimiento incierto? Pronto lo sabremos.
Las tareas para la ciencia
La segunda asignatura es más técnica y científica: desarrollar y transferir tecnología para reducir emisiones y facilitar la resiliencia.
Esto último asume que habríamos rebasado el punto en el que aún podíamos evitar cambios sustanciales en el ambiente y tocaría copar con ellos.
El mundo científico ha venido haciendo los deberes, con casi 300 000 artículos científicos indexados sobre cambio climático tan sólo en el último lustro: un 46 % más que en el quinquenio anterior. Pero es mucho mayor el incremento relativo de los trabajos que tratan sobre la adaptación (53 %), la tecnología (86 %) y su transferencia (72 %) y especialmente la resiliencia (122 %).
Esta última toma el relevo de la adaptación: asumida esta como inevitable, parece que toca investigar qué tratamientos se necesitan para la recuperación.
Las potenciales soluciones de geoingeniería, a pesar de sus elevadísimos riesgos e incertidumbres, se van abriendo camino al menos en el plano de la discusión académica.
Pero sería más que deseable que en la evaluación se pusiera sobre la mesa con ecuanimidad una síntesis de estas opciones para su examen detenido, profundo y tan ausente de sectarismos o intereses externos como fuera posible.
Copiar (a la naturaleza) para aprobar
En este sentido, cobran importancia las propuestas aparentemente más asequibles y de resultados más rápidos.
El control de las emisiones de metano, mucho más potente que el CO₂ como gas de efecto invernadero, va emergiendo como una posible opción eficaz. Con una vida media en la atmósfera un orden de magnitud menor, un control efectivo al menos de estas emisiones localizadas se notaría en pocos años, frente a las décadas que nos hará esperar el del CO₂.
Entre otros informes, los países firmantes entregarán en la COP28 sus contribuciones nacionales (NDC por sus siglas en inglés), que tendrán que incluir el inventario de emisiones de metano, pero es posible que a veces estos datos sean poco fiables o inexistentes.
Sin embargo, la tecnología más reciente hace ya viable detectar globalmente núcleos de emisión, facilitando su control.
Aunque vigilar las emisiones difusas pueda parecer más difícil, conviene estudiar sin prejuicios si es la hora de intervenciones sustanciales –por ejemplo con el uso de suelo rico en microorganismos metanótrofos para cubrir vertederos o la fertilización con hierro del aerosol marino aprovechando la estela de los cargueros– para tratar de inclinar el balance hacia la reducción de los niveles globales, por ahora en constante aumento.
Dicho esto, la mejora de la eliminación no deberá nunca “blanquear” el control de la emisión, y menos si supone alterar mucho el funcionamiento de los ecosistemas bacterianos.
Las consecuencias de estas intervenciones son tanto más inciertas cuanto más largo sea el plazo porque la naturaleza está llena de sistemas caóticos más sensibles a un paso en falso que una partida de ajedrez.
Desarrollo de capacidades de adaptación
El fomento de la capacidad de reacción, adaptación y control de emisiones en los países menos adelantados es la tercera asignatura, pero esta no solo repite curso sino que anula convocatoria.
Las medidas de apoyo institucional a este fomento se acordaron ya en 2018 en Katowice para examinarse al año siguiente en la COP25 de Madrid.
El discreto resultado del examen condujo (quizás previsiblemente) a extender estas actividades por cinco años. Las reglas para su examen no se acordarán hasta dentro de un año. No obstante, cabe esperar que los compromisos financieros que se vayan anunciando en COP28 tengan también como objetivo este fomento.
Quizás sean también los ritmos de la UNFCCC desde su creación en la cumbre de Río hace ya tres décadas (1992), y especialmente desde el protocolo de Kyoto de 1997, donde la Convención adquirió los mecanismos operativos para limitar y reducir los gases de efecto invernadero, los que merecerían un examen para ayudar a cumplir en tiempo y forma con su mandato de apoyar la ya más que urgente respuesta global a las consecuencias del cambio climático.
Arturo H. Ariño, Profesor de Ecología y director científico del Museo de Ciencias, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.